Ayudar a los demás
Pamela Kribbe canaliza a Jeshua
Queridos amigos,
Me hace muy feliz que hoy volvamos a reunirnos para celebrar juntos la nueva era. Ya no se trata de algo que resida en un futuro lejano. Es algo que crece bajo vuestros pies y que está floreciendo aquí y ahora. Una nueva consciencia, un nuevo saber está naciendo en el mundo. Esto tiene que ver con la energía del corazón que empieza a brotar en muchas personas y vosotros sois los pioneros, los que balizáis el camino. Sois los primeros en traer con vosotros esa simiente para plantarla en la Tierra.
Sois trabajadores de la luz, aquellos que traen en su alma un profundo deseo de difundir la luz de la consciencia con el fin de que en la Tierra pueda haber más paz, alegría y tolerancia. Más espacio para la creatividad y para compartir unos con otros. Más libertad para disfrutar de los demás con respeto y amor, sin el peso abrumador de las obligaciones, las reglas y los valores que habéis heredado de vuestra cultura y que funcionan como una prisión en la que estáis encerrados. El deseo de cambio emana de vuestro corazón y nosotros estamos eliminando los barrotes de esa prisión.
Pese a ello, a menudo os escondéis. Levantáis a vuestro alrededor una cárcel imaginaria en la que esperáis ansiosos y os preguntáis si os está permitido difundir vuestra nueva luz e irradiarla en este mundo. Aún están activas viejas energías, pues lo nuevo solo puede emerger cuando lo viejo se extingue. Primero tiene que producirse una especie de muerte y es justo antes de ese momento final, en que el marco tradicional se desmorona y prorrumpe una nueva consciencia, cuando lo viejo empieza a resistir. Y esto a veces os sacude en forma de miedo: «¿Puedo hacer esto? ¿Puedo ser parte de lo nuevo? ¿Hay en este mundo algún lugar para el ángel que habita en mí? ¿Tiene mi ángel permiso para expresarse aquí? ¿Puede ser útil y ayudar a los demás? ¿Puede disfrutar de esta vida y compartirla con otros en alegría y felicidad?».
La misión de vuestra alma en la Tierra es ser el ángel que sois, tal es el propósito de vuestra venida aquí. Y no os equivoquéis, sois pioneros, sois quienes balizáis el camino. Por lo tanto, no encajáis en los viejos marcos y patrones del pasado, casi siempre fundados en el poder y la autoridad de relaciones jerárquicas. Hay papeles estrictamente definidos, sobre todo en el ámbito laboral, enfocados en una educación, unas habilidades o unos talentos muy concretos, mientras que el ángel que sois no se deja reducir a contenidos específicos acreditados por diplomas o baremos, por ejemplo. Vuestro ángel es una energía vibrante que procede de la fuente de vida misma y no va a dejarse limitar ni por los pensamientos que los seres humanos elucubran ni por ideas que nada tienen que ver con quienes sois realmente. Debéis aprender a familiarizaros de nuevo con esa parte libre y sin trabas que habita en las profundidades de vuestro ser.
Habéis aprendido a temer esa parte, de niños incluso se os hizo recelar de ella. Un niño pequeño posee un flujo vital tremendamente espontáneo y lo disfruta; el niño vive fácilmente dentro de esa espontaneidad de sentimientos, esas emociones fluctuantes. También tiene un deseo muy claro de lo que quiere hacer o no. Un niño dice «sí» o «no» sin tapujos y sabe bien lo que quiere y lo que no. No tiene todas esas reservas del tipo: «¿Puedo hacer esto o no?». Los niños no están tan fuertemente inhibidos como vosotros. A lo largo de vuestra vida habéis ido amasando gran cantidad de pensamientos limitantes, pero también sois quienes experimentáis en vuestra alma el ardiente deseo de liberaros de ellos.
Para empezar, esa «liberación» es algo que hacéis por vosotros mismos, pero también por los demás. Os convertís en un ejemplo para otra gente cuando vivís en vuestra luz, en vuestra grandeza; cuando os atrevéis a manifestar sin restricciones la energía vibrante de vuestro ángel. Cuando no os dejáis asustar por lo que los demás vayan a encontrar, pensar o esperar, os convertís en un ángel de luz para ellos. No porque les ofrezcáis una ayuda concreta, sino siendo simplemente la persona que sois: una fuente de luz y belleza. Cuando sois esa fuente, inspiráis a los demás, porque la sienten optimista, hermosa y alegre, sin que tengáis que esforzaros en lograr ese efecto.
Ayudar a los demás no es algo que hagáis, es un estado de ser. Pensad sin ir más lejos en todos aquellos que han sido llamados maestros o santos que vinieron antes que vosotros y que conocéis por vuestra Historia. Todos vivieron desde sí mismos y no desde los demás. Todos experimentaron en su interior la fuente de su propia divinidad —el ángel— y eso les generó un goce y un éxtasis que resulta difícil describir con palabras: experimentaron la fuente de su propio ser ilimitado. Trajeron el paraíso a la Tierra porque no tenían miedo de sí mismos, sino que irradiaban lo que eran de manera ilimitada. Por el mero hecho de ser quienes eran, se convirtieron en un faro para otras personas. La gente veía su luz y ansiaba estar junto a ellos, porque aquellos maestros se mostraban felices, livianos y relajados, sin que eso les costara esfuerzo alguno; se limitaban a mantenerse centrados en esa fuente de luz interior. La alegría y el placer que sentían prendían chispas de inspiración en los demás.
Por lo tanto, no necesitáis trabajar en ello. Vuestra única tarea es encontrar esa luz dentro de vosotros, aquí y ahora, y disfrutarla y atreveros a vivirla, pues vosotros sois ahora los maestros de la nueva era. Y no dudéis en asumir este título, porque no es una cuestión de ego ni arrogancia. Simplemente, sentid en vuestra alma un profundo deseo de cambio, de exponer las viejas y rígidas estructuras para hacerlas más abiertas, de manera que pueda llegar al mundo una corriente de nueva energía, libertad y amor. Eso es lo que habéis venido a traer.
¿Y cómo hacerlo? ¿Cómo conectar con esa luz vibrante del ángel, de ese portador de luz que habita en vosotros? No tenéis que intentar encontrarla ni afanaros por ella, porque esa luz ya está aquí —ya fluye a través de vosotros. Le da vida a todo lo que ahora sois: vuestros sentimientos, vuestras emociones, vuestro cuerpo. Sin esa luz, no estaríais presentes en la Tierra, por tanto, ya existe. Está en todas las células de vuestro cuerpo, en vuestro corazón, en vuestros sentimientos. Sin embargo, ha quedado cubierta —en algunos sitios más que en otros— por una capa de oscuridad o, sencillamente, podríamos decir también, por una capa de falta de conocimiento, de falta de conexión con quien realmente sois.
Quisiera hablar un poco más en detalle de esa capa. Esta capa es el velo de ignorancia con el que os cubrís cuando no estáis conectados con vuestro yo esencial. Sentid por un momento esa capa en vuestro interior, no desde el juicio, sino desde la luz de vuestra consciencia. Notad su rigidez, que puede ser incluso a nivel físico, pero permitid que esté ahí. Sentid esa rigidez en alguno de vuestros centros energéticos: el estómago, el pecho, la garganta o donde sea que la localicéis. Observadla con la mente muy abierta, pero dejadla estar ahí, porque no puede haceros daño.
Cada uno de vosotros es un ángel rebosante de empatía, compasión y amor hacia sí mismo. Imaginad por un momento que ponéis una mano sobre esa parte oprimida de vuestro cuerpo energético. Basta con una suave caricia; un gesto que diga: «Puedes estar ahí, todo va bien. Te entiendo y podemos solucionar esto». Después, dejad que vuestra consciencia se adentre más profundamente en esa parte oscura, esa parte que no se siente capaz de ser quien sois. En esa parte hay miedo, y quizás también dolor y arrepentimiento y rabia. Id hacia ella; id hacia vuestra parte más oscura, la parte que más os oprime, la que constituye vuestra prisión.
Nosotros, los que os ayudamos desde el otro lado, estamos aquí, junto a vosotros. Todos tenéis guías y estáis amparados por nuestra energía, por tanto, que no os asuste mirar hacia esa parte oscura. Observad atentamente los bloqueos y las defensas que surjan en esa oscuridad. Fijaos en si algo capta vuestra atención o requiere vuestra consideración. Y planteaos esta pregunta: «¿Por qué no consigo dejar que mi luz brille y se difunda libremente en el mundo? ¿Qué me lo impide?».
Uno de los primeros miedos que percibiréis y que puede bloquearos es: «No puedo; no sé cómo lograrlo; dudo de mi habilidad; soy incapaz de hacerlo». Comprobad si reconocéis esa forma de pensamiento en vosotros. ¿Quién os dijo tal cosa? Puede que veáis aparecer la imagen de alguien en concreto. Quizás vuestro padre o vuestra madre o alguien que os transmitió esa duda con la que os cuestionáis y os decís: «No debería ser quien soy». Dejad pasar ese pensamiento y tomaos el tiempo que necesitéis para ello. Preguntaos qué fue lo que en esta vida os generó esa sensación de que: «No puedo hacer esto. No puedo dejarme llevar. No me atrevo a hacerlo porque me da miedo. La gente me rechazará o condenará por ser quien soy. Es demasiado doloroso ser yo mismo». Evocad con ternura las vivencias que han provocado en vosotros esa sensación y observadlas desde la perspectiva de la persona que realmente sois, desde vuestro ángel. Estrechad entre vuestros brazos ese dolor, esa inseguridad en vosotros mismos, y decidle: «Ahora puedes tranquilizarte, porque entiendo cómo te sientes. Estoy contigo. Soy quien te cuida. Y te garantizo que puedes restaurar tu luz».
Daos vosotros mismos ese aliento. Rodeaos de vuestra luz, de la luz del ángel que sois. A ese ángel no le afecta vuestra angustia. Observa esa angustia con compasión y amor, y entiende de dónde procede, pero no se deja abrumar por esas emociones. Sentid que sois mucho más fuertes que vuestro miedo. Sentid esa fuerza, pese al temor que os invade. Aceptad también que sabéis lo que tenéis que hacer —y que lo haréis. Sentidlo en vuestras extremidades, en vuestros brazos y piernas: «Yo sé quién soy y yo sé lo que tengo que hacer».
Detengámonos ahora en otro posible bloqueo, otra defensa: el enojo. El miedo tiene que ver con el hecho de ser visibles en el mundo exterior, porque en él habéis tenido, puede que en esta vida pero también en otras vidas pasadas, muchas vivencias negativas. Por lo que en algún punto quizás hayáis optado por: «No quiero volver a experimentar ese tipo de reacción, así que no voy a dejar que mi luz brille». A partir de ese momento, falta la voluntad de dejarse ver: «Estoy enfadado, así que necesito retirarme». Y se produce una resistencia a la hora de permitiros ser visibles, abiertos y vulnerables.
Muchos de vosotros cargáis con heridas de vuestra infancia, de cuando os mostrabais abiertos y espontáneos, y de ahí vienen vuestras experiencias negativas. Alguien hizo un comentario hiriente o rechazó vuestra originalidad o truncó vuestro flujo creativo, y entonces sentisteis que: «No soy bienvenido; esta persona no me acepta». Y de resultas, apagasteis una parte de vosotros mismos. Ese acto llevó a un enojo acumulado: «Vale, muy bien, me niego a seguir participando». Y os retirasteis y encerrasteis en vosotros mismos, quedasteis aprisionados.
La cuestión es que, en ese instante en que os retirasteis y encerrasteis en vosotros mismos, en realidad no podíais hacer otra cosa, porque era lo único que sabíais cómo hacer para sobrevivir y protegeros. Teníais que cerrar la puerta porque sentíais que: «No soporto el dolor de ser rechazado por ser quien soy. Tengo que suprimir mis sentimientos como sea; no puedo con ellos». Honrad el hecho de que reaccionarais de esa manera en aquel momento. Este mecanismo de defensa de retirada resulta muy comprensible, es una reacción muy humana.
Pero hoy, ahora, sentid que os habéis hecho más fuertes que ese dolor. Hoy sois capaces de proporcionaros la protección y la seguridad de las que carecíais cuando os rechazaron, porque ahora cada uno de vosotros se siente mucho más seguro de sí mismo. Vuestra esencia no pertenece a este mundo, por lo tanto, no tenéis por qué reaccionar a lo que ocurre a vuestro alrededor. Vuestra presencia aquí tiene que ver con vosotros y con daros permiso para ser quienes sois. La gente que no pueda aceptarlo desaparecerá de vuestra vida y será sustituida por otra que resuene y quiera compartir con vosotros.
No temáis el rechazo. El miedo al rechazo es uno de los mayores obstáculos que vais a seguir encontrando en vuestro camino. Y como ese rechazo resulta muy doloroso, sois reticentes a la hora de exponeros, lo que genera esa contracción, ese bloqueo en vuestro ser del que hablaba antes. Permitid que la luz bañe ese bloqueo, pero no os empeñéis en disolverlo. Tan solo rodeadlo de atención y compasión, y decidle: «Te comprendo». Hablad con esa parte encogida. Imaginad, por ejemplo, que es como un niño enojado y decidle que se tranquilice porque vais a darle la libertad que necesita; decidle que ya no os importa lo que los demás piensen porque sabéis perfectamente lo que es bueno para vosotros. «Yo soy quien soy. Y soy bienvenido aquí. Llevo mi luz con orgullo y dignidad. No daño a nadie con mi luz. Tan solo soy quien soy, sobre todo en estos tiempos de cambio y transición».
Durante este periodo de cambio en el campo de la consciencia del mundo, quizás sintáis la urgencia de volver a salir al exterior con vuestra luz para contribuir a dicho cambio. Y ahí es donde os toparéis con vuestro principal bloqueo y obstáculo: el miedo y la reticencia a manifestaros como un ángel de luz. Se trata de asumir esos bloqueos interiores y de aceptarlos con amor, perdonándoos por las medidas necesarias que en su día tuvisteis que adoptar para aislaros. Hacer esto os ayudará a acercaros nuevamente a vuestro ser esencial, al ángel vibrante.
Cuanto más amigos seáis de vosotros mismos, más dichosos os sentiréis y más señales recibiréis de vuestro ser superior, de vuestro ángel, en relación con lo que tenéis que hacer, lo que os gusta y os hace felices. No temáis soltar las viejas estructuras, ya sea un tipo de trabajo concreto o un hábito de pensamiento arraigado. Os espera algo nuevo. No se trata de una manera específica de actuar, porque sois vosotros quienes estáis creando nuevas formas de cooperar en el mundo, nuevas formas de colaborar.
No encajáis en las estructuras actuales precisamente porque sois los creadores de nuevas estructuras, más flexibles y mejor alineadas con la consciencia del corazón. Es por ello que os pido que confiéis en vuestra propia fuente, en esa luz vibrante. Estos tiempos os son propicios y recibiréis ayuda y apoyo en cuanto os atreváis a confiar de nuevo y a abriros; en cuanto conectéis plenamente con vuestra fuente interior.
Son tiempos propicios. Hoy, más que nunca, se necesita gente que, como vosotros, esté dispuesta a compartir su luz libre y abiertamente. Se necesita gente que tenga el valor de no vivir según las expectativas habituales y que acepte ser considerada diferente. Gente que realmente se atreva a mirar a otras personas a los ojos —con una mirada franca y sin reservas— y a darse las manos en alegre bienvenida.
Es vuestro momento y, más importante aún, es vuestro destino, vuestra propia intención lo que os ha traído hasta aquí. Por lo que la fuente de vuestra mayor alegría es ser capaces de vivir en la luz, de ser totalmente quienes sois. No vaciléis en hacer aquello que sentís que queréis hacer. Ese sentimiento es vuestro guía, pues os llevará adonde necesitáis estar.
Muchas gracias por toda la perseverancia y la valentía que ya habéis mostrado mientras buscabais vuestro camino. No os rindáis; no os conforméis con nada que no sea la verdad. Es por eso por lo que realmente sois los pioneros y los que balizáis la senda hacia la nueva Tierra, y por eso os estoy agradecido. Yo y los que están conmigo, los que estamos aquí con vosotros, representamos la energía de Cristo. Pero sois vosotros quienes permitís que se asiente en la Tierra y quienes la vivenciáis. Y por ello tenéis nuestro más profundo reconocimiento y respeto. Muchas gracias por haber venido.
© Pamela Kribbe
Traducción de Laura Fernández