El ancla
Pamela Kribbe canaliza a Jeshua
Mis queridos amigos,
Soy Jeshua, un viejo amigo vuestro. Os saludo a todos y me siento agradecido y feliz por estar aquí, entre vosotros. Sentid mi energía, mi presencia. Soy vuestro igual, un alma afín. No estoy por encima de vosotros. Mi deseo es abrazaros como compañeros míos y contactar con vosotros de corazón a corazón.
Sentid el aprecio que tengo por cada uno de vosotros. Sois valientes, día tras día a la búsqueda de vuestra esencia, de vuestro «Yo» y de aquello que sois. Lo que estáis buscando es un ancla en vuestro interior. En lo más profundo de vuestro ser sabéis que no podréis vivir verdaderamente en la Tierra hasta que no hayáis dado con esa esencia vuestra y con la paz que allí existe para, con serenidad, encontrar vuestro camino en la vida.
Encontrar y experimentar esa ancla en vuestro interior es tal vez el paso más importante que, como almas, podéis dar en la Tierra. Cuando sois capaces de encontrar vuestro «Yo» aquí, en medio de las energías agitadas y confusas de la Tierra, de saborear el silencio en vuestro corazón y de escuchar lo que os dice vuestra alma, vivís desde vuestra fuerza interior, vivís desde dentro. En esos momentos, la luz de vuestra alma habita vuestro cuerpo terrenal y os mueve, literalmente. En lugar de vivir de fuera adentro, reaccionando constantemente a estímulos externos, empezáis a vivir de dentro afuera, desde esa verdad vuestra que, una y otra vez, encontráis en el silencio. Y de lo que hoy quisiera hablar es de cómo conectar con esa verdad interior.
He mencionado antes esos estímulos externos que os alejan de vuestra verdad, de vuestra ancla, de ese lugar de reposo dentro de vosotros. Dichos estímulos no proceden únicamente del mundo y de la gente de fuera, también proceden de algunas partes vuestras que los han internalizado, haciendo que se alojen en vuestro interior: están en vuestra cabeza, en vuestros pensamientos, en vuestras pautas de comportamiento. Tenéis ideas compulsivas acerca de vosotros mismos. Por ejemplo, creéis que debéis comportaros de determinada manera para ser «buena gente» o «personas cabales». Pensáis que tenéis que vivir a la altura de unas imágenes ideales que os habéis creado, pero vivir así es vivir bajo presión.
Casi todo el mundo vive de esa manera, como resultado de deseos que no vienen de la propia alma, pero que tampoco proceden exclusivamente de fuera. Son deseos enquistados «bajo la piel» en vuestro campo energético. Y son los deseos de los que más cuesta librarse en el camino interior hacia la tranquilidad y la paz con uno mismo. Esos estímulos internos, esas exigencias e imágenes ideales que habéis asumido y que realmente creéis que os atañen son lo que os aleja de vosotros mismos y de la voz de vuestra alma.
Voy a pediros ahora que creéis espacio en vuestro campo energético, el cual está compuesto de esas pautas de pensamientos, hábitos, comportamientos y patrones de reacción automáticos. Os pido que no lo hagáis desde la mente ni pensando en ello, sino conectando primero con el suelo bajo vuestros pies y con el latido del corazón de la Madre Tierra. Tomad consciencia de vuestros pies y del campo de fuerza que existe dentro y alrededor de los mismos. Independientemente de lo que penséis o hagáis, o de lo que os preocupe, percibid que la energía de la Madre Tierra os sostiene en todo momento. Notad que es algo que acontece por sí solo y dejad que os sostenga. Sentid cómo la energía de la Tierra conecta con vosotros, penetra por vuestros pies y recorre lentamente la parte inferior de vuestras piernas, vuestras rodillas, muslos, cadera, pelvis. Apreciad el poder tranquilo y firme de esa energía.
La energía de la Tierra es serena y, al mismo tiempo, muy específica, pues fluye justo hacia aquellas partes vuestras a las que les vendría bien un poco más de estabilidad y seguridad. ¿Podéis daros permiso para dejaros abrazar por la Tierra, por su fuerza y sabiduría? Notad cómo su poder aquieta los agitados pensamientos de vuestra mente, así como el deseo de dirigir y controlar la vida. Cuando os conectáis con la energía de la Tierra, soltáis ese deseo y empezáis a pensar con el corazón en vez de con la cabeza.
Intentadlo. Sentid que os dejáis llevar por esa corriente de la Tierra, tranquila y apacible, que rodea vuestras piernas y sube por la cadera hasta vuestro abdomen. Sentid que esa corriente os sostiene y dejad ir todo lo demás. Observad lo que le ocurre a vuestra energía mental y lo mucho que se aquieta. Imaginad que todos esos pensamientos, reflexiones y cavilaciones resbalan por vosotros como el agua resbala por las plumas de un pato. Vuestra mente se torna menos activa y más silenciosa. Quizás descubráis, en el centro de vuestra cabeza, un punto que observa sin pensar. Es tan solo una presencia, una consciencia que no razona, sino que observa. Notad lo agradable que es estar ahí sin más y sin tener que hacer nada: estáis atentos y presentes.
Ahora, llevad vuestra atención desde ese punto de sosiego en el centro de vuestra cabeza hacia la zona del corazón, de los sentimientos. Explorad con ese «ojo» de la cabeza el área del corazón y las energías sutiles y delicadas que allí moran. No alberguéis expectativas ni juicios acerca de lo que observéis. Algunos de vosotros quizás notéis una sensación de calor en el corazón, mientras que otros tendréis más bien la sensación de que algo está cerrado. Es posible que vuestro corazón tenga miedo de abrirse, lo cual es perfectamente comprensible, ya que en cada uno de vosotros hay arraigados viejos temores y convicciones que hacen que os resulte difícil mantener abierto el corazón. Ahora que sentís que la Madre Tierra os sostiene y que tenéis localizado ese lugar de paz en vuestra cabeza, vamos a mirar más de cerca esos viejos miedos y pensamientos negativos que os impiden abrir nuevamente vuestro corazón.
Lo más importante es que os observéis desde dentro, no desde influencias externas ni formas de pensamiento ni juicios del tipo «debería ser tal o cual», sino con una mirada pura e inocente. Sentid durante un momento ese espacio en vuestro corazón; es un espacio que rebosa de belleza eterna y que os pertenece a cada uno, a vuestra alma. Observad la luz que sois y que habéis ido intensificando a lo largo de las muchas vidas que ya habéis vivido en la Tierra y en otros lugares. No es necesario que sepáis exactamente dónde ni cómo, pero sabed que sois seres evolucionados gracias a numerosas experiencias y vidas en las que habéis ido descubriendo y explorando muchos aspectos vuestros, y los habéis llevado a la consciencia.
Apreciad por un momento la riqueza de vuestro corazón, las sutilezas y los matices con los que sois capaces de pensar y sentir. Quizás lo que ahí veáis sean colores e imágenes de la naturaleza —flores, por ejemplo—, pero realmente no importa lo que veáis. Sabed simplemente que esa riqueza está ahí, incluso aunque aún haya partes de vosotros que guardáis bajo llave porque os asusta ver esa riqueza o que la vea el mundo.
Pero está ahí. Yo la veo. Y es por eso por lo que os amo tanto y os aprecio tan profundamente. También veo el dolor que experimentáis cuando selláis partes de lo que sois: vuestra propia riqueza y abundancia, vuestro amor, vuestra luz. ¡Vivir de esa manera es doloroso! Aunque a veces os parezca más seguro encerrar esas partes, daos cuenta de cómo os afecta eso. Sentid la luz, la alegría y el entusiasmo que desean fluir espontáneamente, que quieren ser vistos y conectar con el mundo. Sentid la inspiración que habita en lo más hondo de vuestro ser.
Vamos ahora a abrir una puerta por la que podáis liberar algo a lo que ya le ha llegado el momento, de manera que pueda fluir y manifestarse en vosotros y vuestra vida de forma beneficiosa y agradable. Imaginad por un momento que veis una vieja puerta oxidada en vuestro corazón, una puerta que a duras penas puede abrirse. Sentid la energía de esa puerta que vosotros mismos habéis puesto ahí con el fin de sobrevivir emocionalmente o, incluso, físicamente. Tanto en vuestro pasado como en vuestra infancia y también en otras vidas se han dado todo tipo de motivos que explican que hayáis puesto ahí esa puerta y por qué os pareció seguro hacerlo. Pero ahora mismo, más que ayudar, esa puerta duele —ha llegado el momento de abrirla.
Imaginad que os volvéis hacia la puerta. Sentid la quietud del punto en vuestra cabeza y sabed que vais allí simplemente para observar qué es aquello que ha permanecido oculto durante tanto tiempo. Abrid la puerta lentamente y sin dejar de percibir, bajo vuestros pies, el poder y la firmeza que la Tierra os confiere, para así sentiros a salvo.
Ha llegado el momento de abriros a una parte más amplia de vuestra alma, a quienes sois. ¿Qué sale por esa puerta? Puede que lo primero que veáis sea cierto desorden, viejas energías que os han estado incomodando y que se precipitan fuera porque quieren ser vistas: ¿quizás miedos, dudas, algo sombrío? Miradlo todo y acogedlo con tranquila ecuanimidad.
Detrás de esos miedos y ese desorden se esconde algo infinitamente hermoso que desea más que nada ser nuevamente incluido en vuestro corazón abierto. Preguntad a ese algo si quiere mostrarse, pues tiene un mensaje para vosotros. Es una parte de vuestro yo superior, vuestro yo angélico, que desea salir y ser recibido en vuestra vida. Enviad luz, amor y comprensión hacia la puerta y la abertura para así crear un puente por el que pueda salir eso que está escondido. Y después, atreveos a mirarlo.
¡Atreveos a ver lo grandioso y hermoso que es! A menudo os asustan vuestra propia fuerza, vuestra sabiduría y belleza. Os hacéis pequeños en vuestra mente y no queréis realmente ver lo que hay allí, pero dejadlo aparecer y no seáis demasiado modestos ni dudéis de su potencial, ya que esa es la energía que habéis estado esperando toda vuestra vida.
Ayuda imaginar esa energía como si fuera una persona, así que mirad a ver si la figura que aparece es femenina o masculina. Eso puede daros un indicio de cuál es el tipo de energía que en estos momentos quiere fluir hacia vosotros y ayudaros a abrir vuestro corazón. Mirad la figura y escuchad lo que desea deciros. Dejad que hable y, después, anclad su energía en vuestro corazón, pues esa figura, esa persona, es parte de vosotros. Imaginad que la dejáis adentrarse por completo en el espacio de vuestro corazón.
Permitid que se produzca una renovación en vuestra vida. No podéis predecir con precisión lo que ocurrirá entonces, pero confiad y rendíos al proceso. Una vez que conectéis con vuestro corazón y que se hayan abierto las puertas que habíais cerrado, conectaréis con vuestra alma y sentiréis vuestra guía interior. Será entonces cuando encontréis vuestro centro, esa ancla dentro de vosotros que necesitáis para distinguir dónde estáis ahora e intuir hacia dónde vais.
Conectad ahora entre sí la cabeza, el corazón y el abdomen. Volved a sentir el poder sustentador de la Tierra y conectad con ella. En vuestra vida os rodearán energías de ayuda y la Tierra es una de ellas. ¡Confiad en ella! La Tierra desea abrir un camino para vosotros, desea recibiros. ¡Sois bienvenidos en ella y no estáis solos!
Por favor, conectad nuevamente con ese punto inmóvil y silencioso de vuestra cabeza en el que no pensáis, tan solo percibís, atentos y presentes. Y por último, conectad de nuevo con vuestro corazón, ese órgano tan sensible ubicado en el centro de vuestro ser que es el canal del alma y que carga con el dolor del pasado. Tened compasión por vuestro corazón, por lo que ha sufrido, pero al mismo tiempo apreciad el enorme potencial que en él reside: la riqueza amasada a lo largo de tantas vidas, la profundidad de vuestra vida emocional, de vuestra alma. Valorad vuestro propio corazón.
Luego, sentid cómo esos tres centros —cabeza, corazón y abdomen— trabajan juntos y se alinean; dejad que ocurra sin más, no tenéis que pensar en ello. Sentid como el flujo de arriba abajo os devuelve a vuestro centro. Si advertís que aún queda alguna resistencia o discordancia, no pasa nada, por eso estáis haciendo este ejercicio. Esta mirada hacia dentro os ayuda a identificar partes vuestras que están cerradas y a abrir puertas. Dejad que todo sea como es de forma natural.
Gracias por estar aquí hoy. Comparto mi energía con vosotros.
© Pamela Kribbe
Traducción de Laura Fernández