El gran misterio
Pamela Kribbe canaliza a Jeshua
En el Universo hay un gran misterio. Y el misterio es que hay algo, en vez de nada —que algo existe. En el universo existe vida, luz y consciencia; la vida danza y se mueve. ¿Cómo surgió todo esto?
Es importante, primero, que os maravilléis ante el misterio de la vida, la luz y la consciencia. Estos elementos no pueden existir aislados; donde hay vida también hay luz y consciencia. La luz hace que la vida se torne manifiesta. En la luz hay una fuerza motriz que hace que la consciencia se eleve hasta que llega a un punto en el que puede reflexionar sobre sí misma, hacerse autoconsciente. Cuando la consciencia alcanza ese punto, la vida se vuelve consciente y es capaz de darse forma a sí misma. La vida puede entonces elegir y progresar, y es cuando tiene lugar la formación de un «yo», de un «sí mismo». Así es como nace el alma.
Pero voy a dar un paso atrás para describir los principios de la vida, la luz y la consciencia. ¿De dónde vienen? ¿Cuál es el origen de la vida? En el regazo del Cosmos existe un vacío, una vacuidad que respira: una plenitud en el silencio. Tal es el origen de la vida y podéis conectar con ese origen respirando silenciosamente. Cuando respiráis en silencio y quietud, y lleváis vuestra atención al aire que entra y sale, conectáis con la fuente primordial del Ser.
Este comienzo silencioso, la base de toda la vida, sigue estando presente en cada uno de vosotros. Vive y respira en vuestro interior, independientemente de lo que hagáis o no. El origen, el principio —ese vacío del que todo procede— aún existe dentro de vosotros. Cuando os dais cuenta de ello, os liberáis y aflojáis los límites de quienes sois. Se revela la naturaleza relativa y dual de vuestra individualidad.
En ese vacío inicial, en ese espacio, la individualidad aún no existe, no hay un alma única. Solo hay puro Es o Ser. Sentid el misterio de ese Ser; lo envuelve todo. Sin ese Fundamento del Ser, no existís; os impregna y nutre.
¿En qué consiste? En este silencio vive el aliento de Dios. Dios es indeterminado, indefinido e ilimitado. Carece de forma: es aquello que no está individualizado. Dios es consciente de todo, pero, en ese amplio campo de infinita consciencia que es Dios, existen bolsas o huecos en donde predomina una falta de consciencia. Esa ausencia de consciencia posibilita que la vida se desarrolle y prospere.
Dios, lo que Es, ha creado lugares donde la vida es inconsciente y desde los cuales puede evolucionar y crecer hacia la luz un deseo de consciencia. Vosotros estáis ubicados en uno de esos huecos del campo de consciencia que es Dios. Dios tuvo que crear una consciencia menor con el fin de que pudiera surgir la individualidad.
Para crear una vida individual, Dios tuvo que recurrir a algo paradójico, puesto que, en Su esencia, Dios lo es todo. Todo lo que existe está en Dios, tanto lo posible como lo imposible, por tanto, Dios tuvo que crear lugares de menor consciencia para permitir el nacimiento del alma. El alma es una consciencia definida y limitada que encuentra su camino a través del tiempo y el espacio, buscando siempre esa unión con Dios de la que nació. El nacimiento del alma fue un salto a la oscuridad del olvido.
Al crear consciencia a nivel de la individualidad, algo nuevo, algo grandioso se crea en Dios: una consciencia viva que crece, que es dinámica y evoluciona —y la vida es cambio, es un devenir. Cuando la consciencia lo incluye todo, también incluye todas las posibilidades, por lo que no puede darse un crecimiento dinámico desde la inconsciencia hasta la plena consciencia. Este proceso dinámico es lo único que genera luz en la espiral de crecimiento del alma: de su nacimiento a su juventud y, de ahí, a su madurez. Y ese crecimiento en el campo del tiempo y el espacio es lo que se suma a la consciencia de Dios.
El alma vive en una relación de amor con Dios. Dios es la Fuente del alma, su Fundamento o matriz, y la meta por la que el alma se esfuerza. Y Dios crea el alma para complacerse en el deseo de devenir del alma y en la profundidad de sentimientos que de ello resulta. El misterio es que, de esa manera, Dios Mismo se hace visible, tangible y experiencial por medio de la consciencia individual que el alma lleva con ella. Tal es el propósito del nacimiento del alma.
El alma se ve impelida a perderse en los vacíos de consciencia, al menos en parte. Esto es algo imprescindible en su camino, pues es importante que alcance su meta y regrese, con total libertad, a la consciencia divina, a la omnisciencia, al conocimiento pleno. Por eso, el «mal», aquello que consideráis «malo», ha de formar parte de su viaje.
Cuando el alma tiende hacia el Principio, hacia la esencia de lo que es, hacia la Divinidad en ella, es precisamente en ese vacío —en la naturaleza ilimitada y absoluta del Ser de Dios— donde experimenta su liberación. Es entonces cuando el alma regresa al Hogar.
La luz y la oscuridad son elementos inherentes al viaje del alma. El juego de luz y sombra se genera porque Dios retira Su consciencia, o la esconde, en ciertos lugares del Cosmos, y en ellos le da carta blanca al alma. De hecho, la creación del alma consiste en una contracción, un encogimiento de la consciencia. Esto, no obstante, tiene un propósito, ya que es precisamente en esa contracción donde existe un movimiento, un importante y valioso proceso de realización que es el que genera luz.
La luz surge allí donde la consciencia individualizada se abre a la Fuente Divina. A medida que la luz se intensifica, que la consciencia sigue creciendo y que la conexión con el Uno se percibe mejor, la contracción va dando paso paulatinamente a una consciencia plena. La esencia de la Creación consiste en esa interacción entre contracción y omnisciencia. Es en esa danza entre ambos polos donde Dios alcanza Su máxima expresión.
© Pamela Kribbe
Traducción de Laura Fernández