Haceos una profunda reverencia
Pamela Kribbe canaliza a Jeshua
Queridos amigos, hermosos hijos de la humanidad,
Soy Jeshua, vuestro hermano y amigo. Estoy con vosotros; os llevo de la mano. Yo también anduve el camino en el que estáis y experimenté honda desesperación, intensa tristeza y nostalgia del Hogar. Os conozco por dentro, porque sois mis seres queridos, mi familia. Os doy la bienvenida aquí y ahora.
Sois portadores de un mandamiento sagrado: propagar la luz del Paraíso y el sentimiento de amor del Hogar aquí, en la Tierra. Empezando por vosotros mismos, de manera que ese amor, esa benevolencia y humildad para con vosotros aligere vuestra carga interna. Se os pide que reverenciéis quienes sois, con el fin de dar forma en la Tierra a la luz de vuestra alma. ¿Sois capaces de hacerlo? Podéis juntar las manos a la altura del corazón, al estilo del conocido saludo oriental («Namaste: me inclino ante ti»), y haceros una reverencia. ¿Y por qué os pido que hagáis esto? Porque no os respetáis lo suficiente ni con convicción.
Respetaros significa aceptaros por completo tal y como sois ahora —ser totalmente vosotros mismos y soltar todo lo demás, como con una suave exhalación. Ser uno mismo en el momento presente implica auténtica humildad, pero no solo eso. En esa humildad, en esa actitud de respeto hacia vosotros, reside la confianza de que hay en vuestro interior una simiente de ser perfecta cuyo mayor deseo es abrirse, florecer y crecer. ¿Qué es lo que nutre esa simiente de ser, qué es lo que detona su florecimiento y desarrollo? Lo qué más alimenta esa simiente de ser es vuestra atención silenciosa, vuestra apreciación y vuestro cariño.
Dad un paso atrás y observaos como el ser grandioso y especial que sois. Imaginad que le tendéis las manos con admiración, como si os estuvierais aproximando de algo increíblemente valioso. Podéis visualizarlo como si fuera un niño pequeño o la semilla de una planta; o quizás veáis un abanico de colores o energías. Pero lo que de hecho estáis viendo es el ser-alma que sois.
El alma despierta progresivamente a través de dilatadas corrientes de tiempo y espacio. Desde el alma fluyen diferentes rayos que tocan y visitan la Tierra: son vuestras distintas encarnaciones. De todas y cada una de esas encarnaciones el alma se lleva algo consigo: experiencias, conocimiento, sabiduría, pero también dolor e incomprensión, todo lo cual el alma ha de digerir. El alma se encuentra en un proceso constante de transformación, de crecimiento, que se va haciendo cada vez más exuberante. La semilla germina y lo que de ella emerge es un milagro, un ser de belleza y esplendor que crece infinitamente más grandioso en el cosmos.
En su desarrollo y florecimiento, la luz se propaga como una manifestación única, pues ningún alma individualizada es igual a otra. Cada alma diferenciada propaga a su manera la luz del universo, la luz de Dios. Os halláis ahora en una de las muchas encarnaciones de vuestra alma. Sois como un rayo de sol conectado a la misma y, debido a esa conexión, también permanecéis conectados con otros rayos de encarnación de vuestra alma.
En esta encarnación en la que os halláis ahora está teniendo lugar algo especial, algo milagroso: la energía de la Tierra está empezando a cambiar. Las personas van encontrando más y mejor acceso a su realidad interior y a sus almas. El velo, tal y como lo llamáis, entre el otro lado y vuestra vida cotidiana se va tornando más fino y transparente. La gente anda a tientas buscando sentido y significado en sus vidas. La propia Tierra y las esferas de alrededor cambian con esa búsqueda, volviéndose más permeables y accesibles a vibraciones más elevadas y a verdades esenciales.
Sois vosotros quienes queréis absorber todo eso y traer a la Tierra el conocimiento de vuestra alma y vuestra conexión con lo Uno, con aquello que conecta a todas las almas. Tenéis sed de esa conexión y vuestra vida actual es idónea para conseguirla. La vida en la Tierra desea, en su conjunto, ir hacia una vibración distinta y resplandecer al nivel del alma, con la claridad, la armonía y la inspiración que eso conlleva.
Vosotros sois los receptores, los canales de esta nueva energía que está naciendo en la Tierra. Al recibir la energía de vuestra alma, se libera información y, a raíz de esa liberación, a menudo emergen viejas cargas emocionales de vidas pasadas —como las llamáis vosotros—, de otras encarnaciones, de otros rayos de ese sol que es vuestra alma. Y esto sucede por una razón. A medida que reconocéis esas cargas emocionales y que las redimís y transformáis conscientemente, lleváis paz a vuestra alma. Generalmente, consideráis el alma como algo superior a vuestra pequeña personalidad, pero en verdad el alma aprende, se desarrolla y empieza a florecer gracias a la interacción con sus encarnaciones, es decir, con vosotros. Por lo tanto, no subestiméis el significado de vuestra vida en la Tierra, aquí y ahora. Lo que hacéis marca una diferencia para vuestra alma. Cuando vivís con apertura y consciencia, y cuando reverenciáis la realidad de quienes sois, enriquecéis vuestra alma en su nivel más profundo.
Quisiera ahora hablaros de esas emociones densas —el profundo dolor y las dudas—, originadas en parte en otras encarnaciones, que irrumpen en vuestra vida actual y, simultáneamente, en la de mucha otra gente. Porque este proceso no es únicamente individual, es también un proceso colectivo y uno de gran relevancia no solo para vosotros, sino también para toda la consciencia colectiva de la Tierra. Afecta igualmente a los seres no humanos y a la naturaleza en general.
Sois, en potencia, consumados transformadores de vieja energía, por lo que a menudo tenéis que lidiar con violentas cargas emocionales que vienen de muy lejos y que os confunden. Con vuestra mente humana no podéis siquiera imaginar, cuánto menos evaluar en su globalidad, todo lo que desea liberarse en vuestro interior para ser sanado. Capas muy profundas de dolor y nostalgia originados en un pasado remoto están ahora saliendo a la luz, no solo en vosotros, sino además y a la par en otros con los que estáis conectados. Lo queráis o no, os deis cuenta de ello o no, no estáis haciendo de «comadrona» únicamente para vosotros, sino también para todo un movimiento que desea desplegarse en este momento. Para desempeñar ese papel de comadrona, necesitáis contar con el poder de la autoconsciencia.
Al mismo tiempo, es parte del trauma principal de ser humano la pérdida de esa fuerza de la autoconsciencia, así como la alienación de vuestro profundo conocimiento original y vuestro instinto de sabiduría y verdad. La honda impotencia que habita en las personas es su mayor obstáculo a la hora de recibir y transmitir nueva energía en la Tierra. La gente experimenta el desaliento que viene de no creer en sí misma. Sentid ese desaliento por un instante.
Sentid en vosotros esa «carencia» que busca colmarse en fuentes externas, a través de otras personas y mediante el conocimiento y la sabiduría de «expertos» cuyas respuestas parecen acertadas y bien fundamentadas. Esa carencia también opera en vuestras relaciones. ¿Cuántas veces buscáis fuera de vosotros reconocimiento y la sensación de tener permiso para estar aquí? En la mayoría de las personas, ese vacío interior es tan hondo que no se dan cuenta de su permanente búsqueda de validación exterior. Sentid ese vacío dentro de vosotros; reconocerlo es señal de fortaleza.
Imaginad que sois un pozo en el que alguien cae, un pozo aislado y rodeado de paredes grises, sin medio alguno de conexión, seguridad ni calor. Casi todos los seres humanos de la Tierra tienen un vacío interior semejante. Observad en vosotros esa figura que cae, advertid su mirada desesperada. Mirad cómo tantea a su alrededor, buscando una ayuda externa. ¿Cómo se explica que os hayáis alejado tanto de vuestro conocimiento interior, de vuestra intrepidez y fortaleza internas?
La respuesta radica en la historia de la Tierra, donde se ha dado una interacción entre poder e impotencia. En la Tierra ha existido, y existe, una fuerza que no viene de la luz, sino que se alimenta del dolor ajeno y siente que prospera mediante el poder y el control. En un nivel muy profundo, todos os habéis dejado afectar por este poder que podríamos denominar «malo» o «malvado», en el sentido de que es una fuerza que rechazáis porque pretende empequeñeceros y debilitaros.
Podéis observar ese poder y esa fuerza operando en el pasado en la política, en la religión —en todos los ámbitos de la sociedad. Y dicho poder —así como las exigencias, los prejuicios y los tabúes que lo acompañan— ha sido internalizado por personas que han hecho suya esa energía y han empezado a pensar y actuar de la misma manera. Esta fuerza oscura de la que estoy hablando ahora también es, por contradictorio que suene, parte de Dios. Es una parte que se ha perdido, que se ha desconectado y ha caído en un vacío abismal, en el que la lucha por el poder parece la única salida. Daos cuenta de que cada alma, cada ser vivo, ha conocido en su interior esta lucha por el poder y que también lo ha ejercido. Todos habéis desempeñado ambos papeles: verdugo y víctima. Este juego de luz y sombra forma parte del universo.
Ha llegado la hora de acometer un cambio. Un juego de energías puede generar una espiral ascendente o descendente. En una espiral ascendente, la oscuridad y la negatividad pueden convertirse en un motor de crecimiento y, por ello, tener sentido. Pero en una espiral descendente falta el sentido, y el sufrimiento y el dolor pueden proyectar una oscura sombra que deja de ser productiva y envuelve a la gente en un manto de opresión. Esto es lo que ha venido ocurriendo en la Tierra, pero ha llegado la hora de invertir la espiral y de darle un impulso hacia arriba. La Tierra lo está pidiendo, porque ya no puede soportar ese opresivo manto de negatividad, tóxico y sofocante. Tampoco puede seguir soportándolo la humanidad, pues hay demasiado sufrimiento. De ahí que, desde lo más profundo de la humanidad, se esté haciendo un llamamiento al cambio, a la sanación y a un giro hacia la luz. Vosotros sois quienes habéis oído ese llamamiento en vuestro ser, por lo que es importante que toméis consciencia de quiénes sois, así como de los juegos de poder y fuerzas con los que estáis lidiando.
A veces pensáis en todo esto un poco a la ligera; otras veces, sois demasiado serios. Os lo tomáis a la ligera cuando sois impacientes y queréis forzar vuestra conexión con la luz, yendo más deprisa de lo que podéis gestionar. En esas ocasiones, no os estáis respetando: estáis luchando contra vosotros mismos, convencidos de que las cosas deberían ser distintas. En esos momentos no es vuestro corazón quien habla, sino vuestra voluntad, lo que demuestra una necesidad de control y poder. Es preciso que adoptéis cierta perspectiva y que tengáis en cuenta la amplitud de los procesos de sanación por los que estáis pasando. Solo entonces podrán estos llegar a lo más profundo de vuestro ser y, de ese modo, llevaros de vuelta hacia la luz.
Por otro lado, en ocasiones vivís este proceso como una pesada carga y amenazáis con sucumbir a vuestros propios sentimientos de ahogo, a la opresión de vuestro pecho, a la desesperación y soledad que experimentáis aquí, en la Tierra. Son momentos en los que yo y todos los guías que os rodean deseamos estar muy cerca para apoyaros, pues queremos deciros lo muy queridos que sois y cómo podríais abriros a la luz. Vuestra alma está muy cerca. Por lo tanto, se os pide que tengáis respeto por todo aquello que habita en vosotros, incluso aunque mucho de lo que haya sea denso; que consideréis esta vida como una de sanación e integración, y que permitáis que vuestro proceso interno se desarrolle al ritmo que os resulte adecuado para manteneros en equilibrio.
Daos cuenta de lo importante que es este proceso interno. Con frecuencia, tenéis la mirada puesta en el aspecto externo de la vida, en qué tipo de logros consigue alguien en la sociedad y qué forma visible revisten, algo muy importante en vuestro mundo. Pero es mucho más importante lo que está teniendo lugar en vuestro corazón, en vuestros sentimientos y vuestra mente, y que comprobéis si podéis realmente crear un espacio en vuestro interior para esas viejas cargas emocionales y energías —a veces de vidas remotas— que quieren salir a la luz, aquí y ahora.
A menudo estáis «moviendo montañas», pero como los resultados no son inmediatamente visibles en el exterior, menospreciáis lo que estáis haciendo. ¡Honraos a vosotros mismos; percibid la grandiosidad de vuestra labor! Respetad vuestro proceso interno. Y cuando este resulte demasiado pesado y esas viejas cargas emocionales os abrumen, buscad recogimiento en las profundidades de vuestro ser. Sentid su poder eterno e imperecedero, y recordad quiénes sois realmente. Aunque ahora mismo estéis en la Tierra dentro de un cuerpo de carne y hueso, sois fundamentalmente libres —completamente libres. Sois seres de luz ilimitados; podéis estar en todas partes al mismo tiempo.
Es probable que, ocasionalmente, anheléis un mundo distinto y queráis conectar con esos reinos internos de luz de donde provenís. Y de vez en cuando, podéis retiraros de este mundo y verificar en lo más hondo de vuestro ser que no pertenecéis a este lugar, en el sentido de que no sois parte de las densas energías que aquí prevalecen. De este modo, entráis y salís del mundo. Tomáis parte en él, digerís y transformáis viejas cargas emocionales de otros tiempos, pero también podéis retiraros a vuestra luz, a vuestra alegría y libertad. Entended que sois un puente entre la oscuridad y la luz. Ese es el auténtico significado de ser humano.
Sentid la grandeza de vuestra labor. Esto es lo que hoy quiero enfatizar. Sois los maestros de una nueva era; construís un puente. ¡Reconoceos! No os ocultéis tras una falsa modestia ni humildad. ¡Mostrad vuestra grandeza! Dejad que se vea quiénes sois realmente.
Dejad que la luz de vuestra alma irradie ya mismo. Soltad con cada respiración y abríos cada vez más a la luz de vuestra alma. Sentid cómo brilla ese sol. Sentid cómo se ilumina este lugar, al estar aquí todos juntos. Esta luz imperecedera es lo que sois. Por eso os saludo como a hermanos y hermanas; por eso creo en vosotros como pioneros de una nueva era en la Tierra.
Muchas gracias por vuestra atención.
© Pamela Kribbe
Traducción de Laura Fernández