La cruz de la vida
Un recordatorio del Hogar
Pamela Kribbe canaliza a Jeshua
Queridos amigos,
Soy Jeshua. Vengo a vosotros desde el más allá, desde un reino de luz y amor que sobrepasa vuestra imaginación. Sin embargo, también estoy muy cerca. Os hablo desde vuestro propio corazón y os conmuevo porque ese reino en el que habito, así como el amor y la luz que le pertenecen, también es vuestro. Sois parte de ese reino. De él procedéis y a él retornaréis, pues es vuestro Hogar. Sentid su influjo entre vosotros, aquí y ahora. Esto es lo que vengo a traeros hoy: un recordatorio del Hogar.
Estáis aquí para traer la energía del Hogar e implantarla entre la gente de la Tierra. Estáis aquí para enraizaros profundamente en la Tierra, para aquí sentiros a gusto y a salvo, y, desde ese lugar de conexión, convertiros en un luminoso faro para todas las personas que se sienten sin Hogar y que andan buscando amor y luz.
La Tierra vive una época de extremos. En estos momentos hay mucha oscuridad, negatividad y mucho miedo en el campo energético colectivo que rodea el planeta, lo que hace que la gente esté tensa. Podéis sentirlo. Sentid esa negatividad, muy objetivamente y sin juzgarla ni dejaros llevar por ella. La gente está siendo empujada a elegir entre la desesperación, la depresión y la ansiedad o la luz, la esperanza y el amor. Sentid, por un lado, la poderosa oleada de sentimientos de crisis y de desamparo ante los miedos que la acompañan. Y, por el otro lado, el potencial para la luz y la posibilidad de un despertar de la consciencia que permita a la gente necesitada empoderarse, reafirmarse y expresarse de una manera coherente con su vida y su verdad.
Hay otra cosa que puede surgir de una crisis, algo que podéis saber por experiencia propia. En momentos de crisis pueden aparecer líneas de energía increíblemente penetrantes que van directas al corazón, al núcleo de quienes sois. Podría decirse que la energía fluye a través de vosotros en forma de cruz. En vosotros se cruzan dos líneas de energía: una línea horizontal que os conecta con el mundo de afuera, la gente y el entorno, y, simultáneamente, una línea vertical que conecta los Cielos, arriba, con la Tierra, abajo.
En esa línea o ese eje vertical, os halláis, en cierto modo, solos, pero únicamente en el sentido terrenal. Ahí, en ese eje vertical, lo más importante para vosotros es vuestra relación con vuestro yo superior —vuestra alma, vuestro yo cósmico— y el suelo bajo vuestros pies —la Tierra, Gaia—. Sentid ese eje vertical y cómo ese flujo de conexión circula por vosotros, desde la parte superior de la cabeza hasta los dedos de los pies, donde el Cielo y la Tierra se fusionan.
En estos tiempos de crisis, la gente está siendo llevada a ese eje de conexión vertical. Y cuando no encuentran en él nada que les resulte familiar y descubren que no saben cómo establecer esa conexión, su necesidad se hace aún más grande. No obstante, a medida que las certidumbres exteriores van cayendo, esa línea de conexión vertical se convierte en lo único que puede proporcionar un ancla firme a las personas.
Vosotros estáis entre quienes han experimentado esa necesidad durante largo tiempo. En muchas de vuestras vidas estuvisteis concentrados en mantener vuestro foco en ese eje vertical que os conecta con el Paraíso y con la Tierra. Y habéis sido muchos los que, a lo largo de las vidas espirituales que todos habéis llevado en la Tierra, renunciasteis voluntariamente al mundo con el fin de cultivar esa conexión.
Hoy por hoy, se necesita gente como vosotros, gente capaz de conectar con su esencia divina y con el corazón de Gaia, y, desde esa conexión, encontrar un puerto seguro en el que vivir, amar y ser felices. Aunque todas las certidumbres externas desaparezcan, esa línea conectora sigue estando ahí para vosotros, por lo que os pido que, en este mismo momento, os concentréis en ella. Concentraos en el chakra de la coronilla, en la parte superior de la cabeza, y sentid la conexión conmigo. Yo soy un representante del reino de amor que llamáis Hogar y que reconocéis porque también es vuestro propio reino. No se trata de mí, pero es mi energía lo que os permite sentir su presencia. Es por eso por lo que me buscáis y algo en mí os conmueve, porque os traigo a la memoria vuestra propia y profunda esencia divina.
Sentid que reconectáis conmigo y con el sol que sois: estrellas brillantes en el cielo, libres del tiempo y el espacio —ilimitadas. Dejad que la eternidad entre en vosotros en este mismo momento y sentid vuestra absoluta libertad. No estáis atados ni a una forma ni a un cuerpo. Sin embargo, decidisteis libremente experimentar esta encarnación terrenal. Absorbed esa energía. Sentid vuestras alas de ángeles luminosos y desplegadlas libremente. Dejad que se vean en toda su gloria, con ese brillo dorado obtenido a lo largo de tantas y tantas vidas de pruebas, descubrimientos y experiencias. Están emergiendo a la luz de la energía de Cristo, dorada en esencia: el oro de la compasión, de la conexión, de la percepción de la unidad entre todos los extremos. Sentid la calidez y la fuerza de esas doradas alas vuestras.
Sentid que esas alas os acogen y que os las merecéis. Sentid que podéis entregaros, aliviados, al proceso que en estos momentos está teniendo lugar en vuestra vida y en la Tierra. Soltad el miedo, que no es sino miedo a vuestra propia grandeza, y dejad que vuestra luz se vea. Imaginad que irradiáis y difundís una luz maravillosa, y que la gente se siente conmovida por ella. ¡Ved las lágrimas de emoción que provocáis! La gente se siente en casa con vosotros, pues expresáis la energía del Hogar.
Vuestra grandeza conecta, no separa. Vuestra grandeza genera más amor y no priva de nada a los demás. Persiste esa vieja idea de que tenéis que reprimiros para que otros puedan recibir. Pero es un error. La espiritualidad funciona justo del modo contrario —lo semejante atrae lo semejante. No estéis preocupados por si algunas personas no reciben la parte de amor que les corresponde. Lo semejante atrae lo semejante, por tanto, el amor atrae amor. Dejad que «el oro» de la energía de Cristo entre en vosotros, ahí dentro donde sabéis que hay amor, y el amor —«el oro»— se multiplicará por sí mismo y atraerá a otros que también sienten que el amor se remueve en su interior. Atraeréis, cual imanes, a gente que quiere aprender de vosotros, pues tenéis mucho que compartir con los demás —sois maestros.
Yo fui un maestro para muchos. Lo que en mí veían era amor y compasión, y el perdón que no conseguían darse a sí mismos. Yo les daba todo eso porque podía ver en sus ojos la luz, la fuente de la que todos procedemos. Y esto es lo que vosotros tenéis que dar ahora a los demás. Ved en sus ojos la luz, su conexión con la fuente de toda vida. Tal es la esencia de un trabajador de la luz.
Os voy a pedir ahora que conectéis con esa otra fuerza que os nutre y sostiene en el eje vertical: con el poder de Gaia, el poder del ángel al que llamáis Tierra. Sentidla bajo vuestros pies. Abandonad toda esa idea de que este planeta es un mero pedazo de materia en el que crecen cosas. Sentid la conmovedora esencia de Gaia, su poder radiante, su luz indestructible y su capacidad de renovación y renacimiento. La Tierra está volviendo a nacer. Está en transición hacia una nueva fase de su desarrollo y vosotros vais con ella. ¡Sentidlo por unos instantes! Visualizad el comienzo de la primavera en la Tierra, los brotes de fresco verdor. Imaginad que sois una de esas hojas nuevas, un brote tierno en una rama. Sentid las fuerzas que ahí se concentran, ese impulso de expandirse hacia al exterior. Gracias al sol, vais revelando paulatinamente vuestra belleza.
Considerad la Tierra como un ángel y abrazadla. Es vuestro igual. Dejad que vuestra cabeza descanse plácidamente en el hombro de este ángel y preguntadle qué podéis hacer para enraizar aún más vuestra energía, para conectar con ella más profundamente y así poder sentiros felices, seguros y relajados mientras estéis aquí. La Tierra quiere ayudaros a conseguirlo; necesita la energía cósmica del Hogar que habéis venido a compartir. La Tierra necesita la inspiración que traéis. Es por ello por lo que quiere hacer cuanto esté en su poder para daros raíces; quiere recibiros. Sentid de qué manera se abre a vosotros, como una flor radiante. Vosotros sois como las abejas que la polinizan y, al hacerlo, llevan sus semillas más lejos. Dejad que la Tierra os nutra y os llevará, al igual que hace mi energía, de vuelta al Hogar.
La vida en la Tierra tiene que ver con el equilibrio. Un equilibrio entre las muchas energías que aquí existen. Os he hablado del equilibrio entre los Cielos y la Tierra en vosotros mismos y también, en un sentido más amplio, del equilibrio entre los ejes vertical y horizontal: el ir hacia dentro, buscando la conexión vertical con vuestra esencia, y el ir hacia fuera, buscando la conexión con el mundo y dejaros ver en él.
Quisiera ahora hablaros un poco sobre el equilibrio entre lo interno y lo externo. En este contexto, me refiero a las energías masculinas y femeninas dentro de vosotros mismos. Todos vosotros, que os halláis en un camino personal, estáis aquí para anclar vuestra luz en la Tierra. El impulso que sentís de ayudar a otras personas en su camino exige que mantengáis un equilibrio interno, una postura en la que siempre os preguntéis: «¿Dónde me encuentro internamente? ¿Cuál es mi siguiente paso? ¿Qué debería emprender ahora para ser más visible, para empoderarme a la vez que conecto con el mundo?».
Hay en todos vosotros una ambigüedad con respecto al hecho de estar en el mundo. Por un lado, el mundo os da miedo, pues os resulta abrumador y, además, parece hostil y escasamente receptivo a la energía que traéis. Por otro lado, hay en vosotros una creatividad que desea expresarse. Sentís el deseo de ser vistos, de lo contrario experimentáis desasosiego e insatisfacción. A menudo os movéis en este campo de energías conflictivas: queriendo ir hacia fuera, pero dejando que el miedo os frene —y sintiéndoos insatisfechos y frustrados cuando os reprimís demasiado. La solución pasa por hallar un equilibrio entre vuestras energías masculinas y femeninas.
Expresado en términos muy generales, la energía femenina tiene que ver con vuestro mundo interior, vuestro lado sensible. Sois «sentidores», sois personas que sentís mucho y que a menudo recibís inspiración, pero no sabéis cómo darle forma terrenal. Y es la energía masculina lo que puede ayudaros a tender ese puente hacia el mundo exterior. Pero en muchos de vosotros, la energía femenina apenas recibe el apoyo de la energía masculina. Todos sois demasiado sensibles a las influencias externas y con frecuencia os dejáis abrumar por las energías de la gente a la que acompañáis en su camino hacia la sanación. Por lo tanto, es muy importante que pongáis límites en torno a vuestra propia energía y que os tratéis bien.
Por otra parte, también puede suceder que la energía masculina se desequilibre con respecto a la femenina y que entonces tengáis la sensación de tener que amoldaros a las expectativas que os llegan de fuera. Siempre que esto ocurra, habréis de preguntaros cómo os veis a vosotros mismos: «¿Acaso no requiere el mundo que dé forma a mi luz de manera aceptable, racional y clara?».
Cuando se rompe su equilibrio con la energía femenina, vuestra energía masculina puede empujaros a una suerte de hiperactividad y exceso de pensamiento y preocupación que no os ayudan en vuestro camino. En esos momentos, es imprescindible que dejéis que se instale en vosotros una sensación de calma y tranquilidad, y que determinéis qué es lo que tenéis para dar al mundo; en qué consiste vuestra conexión con él; y qué relaciones os hacen felices y os proporcionan alegría. Eso trazará vuestra ruta.
La energía masculina está ahí para dar forma a vuestro rumbo sin dejaros distraer por las exigencias externas o los estereotipos que establece la sociedad. Entended que las energías masculina y femenina existen para apoyarse la una a la otra, siempre que se lo permitáis.
Por último, voy a pediros que os adentréis en vosotros y observéis cómo se relacionan las energías femenina y masculina en vuestro interior en estos momentos. Imaginad que veis aparecer en vuestra mente a un hombre y una mujer que van de la mano. Observad lo que cada uno descubre en el otro. ¿Qué ven cuando se miran a los ojos? ¿Amistad? ¿O van cada uno por un camino y no están conectados? ¿Cuál de los dos lleva un mayor peso en estos momentos? ¿Cuál de los dos se siente sobrecargado? Mirad a ver si hay alguna diferencia al respecto. ¿Quién quiere hacer más, vuestra energía masculina o la femenina?
Estáis aquí para establecer la conexión interna entre el Cielo y la Tierra, para sentir con intensidad el eje vertical y manifestarlo. La energía masculina, que es la que crea la conexión horizontal, la que tiende el puente con el mundo exterior, está ahí a vuestro servicio —¡utilizadla! Apreciad vuestra diferencia y no os escondáis de ella. ¡Dejad que vuestro poder masculino genere un espacio para vosotros tal y como sois!
Sentid mi energía y concentraos ahora en su aspecto masculino: la energía de la claridad y el discernimiento; una autoconsciencia lúcida que no se encoge ante la negatividad o el juicio ajenos. Como trabajadores de la luz, en estos momentos necesitáis esa energía con el fin de no ceder ante los prejuicios y los miedos de los demás, y con ella construir serenamente vuestro propio camino.
Os amo —somos uno. En la fuente de la energía de Cristo hay unidad, no «yo» y «tú». Volved a sentir esa unidad en vuestro corazón, así como vuestra conexión con todos los aquí presentes. Os saludo y os ofrezco mi amor y mi apoyo.
© Pamela Kribbe
Traducción de Laura Fernández