El mentiroso
Pamela Kribbe canaliza a la Tierra
Querida y hermosa gente,
Os habla la Tierra. Sentid mi presencia en vosotros, ya que vivo y os hablo a través de todo cuanto sentís en y por medio de vuestro cuerpo. Estoy constantemente conectada a vosotros, por tanto, sentidme, pues tengo un corazón que late y mi esencia es algo que buscáis en vuestra vida en la Tierra, aquí y ahora. Dejaos acoger por mí.
Soy vuestra madre en muchos sentidos, pues os sustento por medio de ese cuerpo que os pertenece. El lenguaje de vuestra alma y el lenguaje de vuestro cuerpo son, en realidad, uno solo. El alma, vuestra fuente más elevada de orientación y verdad, se comunica con vosotros mediante el cuerpo. Un cuerpo humano no es solo una cosa física, un pedazo de materia; es una energía viva que, a su vez, se nutre de —y contiene— un conocimiento que procede de mi alma. Es decir, cuando encarnáis en un cuerpo terrenal, traéis con vosotros la sabiduría, la comprensión y la evolución de vuestra propia alma, y vertéis todo ello en un cuerpo terrenal que contiene mi sabiduría: sabiduría acerca de la vida en la Tierra, de las «leyes» que aquí rigen y de los modos en que la energía fluye y se mueve en este entorno.
El propósito de vuestra alma es establecer una cooperación con el alma de la Tierra, conmigo, con quien os habla. Soy un instrumento a vuestra disposición y os está permitido utilizarme. Yo quiero ayudaros y sustentaros, así como enseñaros a confiar en la voz de vuestro corazón. El corazón es un órgano del cuerpo, pero es también la puerta de entrada del alma. Vuestro abdomen es el lugar donde vive vuestro niño interior, esto es, vuestra autenticidad y vuestros más profundos sentimientos, deseos y emociones, por lo que el abdomen es, también, la puerta de entrada de la fuerza vital original. Por tanto, considerad el cuerpo como un auténtico templo del alma, un templo vivo.
No estáis solos. Vuestro mejor amigo es vuestro cuerpo, el cual desea proporcionaros toda la información que necesitáis para vivir en la Tierra. Quiere ayudaros a tomar decisiones a partir de lo que intuís y sentís interiormente. Llegar a confiar plenamente en la sabiduría del cuerpo probablemente sea vuestro principal reto, ya que, debido al condicionamiento de la sociedad y de las tradiciones del pasado, empezáis muy pronto a pensar desde la cabeza y a intentar controlar y ordenar la vida con ella. No obstante, la sabiduría vital de vuestro cuerpo no se estructura ni regula de esa manera; el cuerpo tiene sus propias dinámicas.
Hoy quiero hablaros acerca de la importancia de escuchar a vuestro niño interior y vuestras emociones, y acerca de la distinción entre emociones puras, es decir, aquellas que proceden únicamente del niño interior, y emociones adulteradas —por así decirlo—, esto es, aquellas que no vienen directamente del niño, sino que han sido distorsionadas y deformadas por los pensamientos de vuestra mente. Estas son las emociones que surgen como fruto de interpretaciones basadas en prejuicios derivados de criterios externos y que corrompen y perturban el funcionamiento de vuestras propias señales emocionales. Esto es de suma importancia para vosotros, pues, en vuestro fuero interno, todos sabéis que es mejor hacer caso a vuestros sentimientos.
Intentáis, así, dejaros guiar por lo que vuestros sentimientos, vuestro corazón, vuestra alma, os dicen. Al mismo tiempo, sin embargo, experimentáis todo tipo de emociones confusas y resistencias que os impiden sentir con claridad y que hacen que eso de hacer caso a vuestros sentimientos no sea tan fácil como debería. Por ello, quisiera diferenciar entre las emociones que surgen directamente desde la pureza del niño interior y las emociones distorsionadas o reinterpretadas, las cuales generan una sensación diferente, son menos directas y genuinas, y son generalmente el resultado de una mezcla de juicios y emociones reprimidas.
Os voy a pedir ahora que vayáis hacia vuestro niño interior y que dejéis que se forme una imagen de cómo se siente en estos momentos. Vuestro niño interior es espontáneo, no filtra sus emociones. Leer las emociones de un niño no es complicado. Basta con observar su carita: enfado, desconcierto, ansiedad o entusiasmo, alegría, placer. Todas ellas, emociones primarias que el niño expresa sin filtros. Pero ¿qué ocurre cuando esa expresión original se ve bloqueada, suprimida o reencauzada para ajustarse a criterios externos? Que se castiga al niño por expresar emociones genuinas, cosa que sucede muchas veces a lo largo de vuestra educación, ya que la mayoría de los padres no sabe cómo lidiar con la fuerza de esas emociones sin adulterar. Y así pues, esas emociones reencauzadas terminan cobrando vida propia y acaban distorsionadas.
Pongamos un ejemplo: un niño se siente francamente disgustado. Hay una causa concreta —algo que no puede ser o que ha ido mal— y el niño llora porque está triste. El niño muestra su disgusto con lágrimas y desesperación. Los padres le dicen entonces: «No deberías llorar, porque…». Y le dan al niño todo tipo de razones para convencerlo de que las cosas no son tan malas como cree. Los padres, los adultos, intentan minimizar su pena, en vez de aceptarla. Cuando se deja que la tristeza fluya y agote su recorrido, permitiendo que el niño se tranquilice, este encuentra de manera natural el modo de recuperar su equilibrio. La pena no va a durar para siempre, pero se diría que a los adultos les asusta la emoción y, por tanto, intentan frenarla o atajarla de raíz.
Pero ¿qué le ocurre al niño cuando no se le permite, o solo parcialmente, expresar su emoción sincera? Que el niño termina asociando un juicio a dicha emoción, porque piensa: «Expresar mi pena no es bueno. De hecho, sentirse triste no es bueno. No debería sentirme así, es inaceptable». A partir de ese momento, el niño asimila la «lección» y volverá a hacerlo cada vez que se le pida que controle una emoción o que se le reprenda por no hacerlo. Pero una emoción no desaparece, es una energía vital que no puede disolverse con la mente, por lo que la emoción reprimida sigue estando ahí y empieza a generar trastornos en el niño. En vez del poder inocente y espontáneo que inicialmente tenía la emoción, esta se ha pervertido y es ahora una presencia clandestina, con una energía desequilibrada e, incluso, tóxica. Cuando se regaña constantemente a un niño y se le obliga a esconder o controlar sistemáticamente su emoción, en su interior va creciendo un cúmulo de emociones contenidas que será lo que finalmente lo lleve a desplegar un comportamiento inconsecuente.
Una emoción desea, por su naturaleza, expresarse libremente. No se trata de un problema que haya que resolver o eliminar, sino de una expresión natural del cuerpo terrenal, es una descarga. Y la función de esa descarga es muy importante para el mantenimiento del equilibrio entre el cuerpo y la emoción. Cuando se interrumpe esta descarga, se genera una pauta de emociones bloqueadas por la presión de los juicios que constantemente se transmiten al niño y, más tarde, al adulto. Así, cada vez que brota una emoción, se ejerce inmediatamente una fuerza opuesta con el fin de contenerla. Puede ser tristeza, pero también ira, miedo o vergüenza… Puede ser cualquier cosa.
Cuando esas emociones se pervierten y no pueden ser experimentadas ni expresadas, adoptan una tonalidad distinta, su «carga» se modifica. La ira reprimida durante largo tiempo, por ejemplo, puede hacerse tóxica y convertirse en amargura y odio, o en cinismo e, incluso, depresión. En una depresión puede observarse la forma última que adopta una emoción a la que nunca se le ha permitido expresarse y que ha sido dirigida hacia dentro. La persona ya no identifica la fuente de la emoción original, porque la conexión con su niño interior está más allá de su alcance. Decirle a esa persona algo como «Escucha lo que sientes» sería plantearle una tarea muy difícil, debido a lo alejada que está de su niño interior. Muchos de vosotros sois como esa persona que ha aprendido a mantener sus emociones originales bajo control, a ocultarlas, a bloquearlas o a revisarlas con una lista de juicios en mano para decidir las que son aceptables y las que no. Por lo que distinguir lo que «sentís en las tripas» generalmente no os resulta fácil ni obvio.
¿Cómo distinguir entre los mensajes puros de vuestro niño interior y los impulsos deformados y distorsionados del adulto opresor en el que, en cierta medida, os habéis convertido? ¿Cómo reconocer la diferencia entre ambos impulsos?
Regresad junto al niño interior que visteis al principio y sentid su presencia. Sentid por unos instantes su inocencia, tan pura y natural. Vuestro niño es sensible y vulnerable, pero también muy poderoso y auténtico. Permite que cualquier emoción que se presente actúe como una fuerza natural que fluye a través de ella y luego se disipa.
¿En qué parte del cuerpo está vuestro niño interior? Sentidlo, cada uno por vuestra cuenta, durante unos momentos. ¿Desde dónde os habla y cómo lo escucháis? El niño os invita a arrodillaros junto a él con ternura. El niño despierta ternura de forma natural por su inocencia; la inocencia es lo propio de los niños. Aferraos con fuerza a esa imagen del niño inocente y espontáneo que no está en vuestra cabeza, sino en vuestro corazón o en vuestras tripas.
Ahora observad lo que se mueve hacia ese niño cuando conectáis con él desde la cabeza y los juicios que siguen activos en ella. ¿Qué tipo de corriente fluye desde vuestra cabeza hacia vuestro niño interior?
En cada uno de vosotros subsisten juicios del pasado, cosas que no os permitís aceptar y que os llevan a pensar que lo que hacéis debería ser mejor o diferente. Son todos esos mandatos impuestos a vuestro niño interior y a causa de los cuales ese niño no se siente seguro ni bienvenido. Todas esas instrucciones que habéis hecho vuestras sobre lo que se supone que no debéis sentir perviven en vuestra cabeza, si bien no concuerdan con vuestra realidad emocional. ¿Quién gana entonces? ¿Vuestra emoción original o el dictador de vuestra mente que transforma la emoción en algo «aceptable»?
Lo que ocurre en el campo energético de vuestra cabeza es una mentira, un enmascaramiento de vuestra emoción original. Es una manera de encerrar al niño interior en una cárcel y de aislarlo, lo cual hace que conectar con vuestros sentimientos os resulte por lo general muy difícil. Lo primero que tenéis que hacer es tomar consciencia de esa mentira o de ese mentiroso que lleváis en la cabeza, lo cual requiere veros a vosotros mismos con cierta claridad. Porque esto que, en realidad, es una mentira es lo que a vosotros se os ha enseñado como la verdad: «Esta es la manera en la que debes comportarte; eso otro no puede ser, no está permitido». Así que, antes de nada, tenéis que desenmascarar a ese mentiroso que lleváis dentro, y esto exige valor y una mente lúcida, pues ese mentiroso ha adoptado una identidad, tiene vida propia. Esa identidad a menudo determina la manera en la que os mostráis ante los demás, pero es una máscara, una figura creada por vosotros para sobrevivir cuando erais niños y, luego, para encajar en la sociedad.
Así pues, en vuestra vida hay dos personajes: a uno lo llamaré «el mentiroso» y al otro, «el niño original».
Al etiquetar de «mentirosa» una parte de vosotros, mi objetivo no es juzgar ese aspecto vuestro, puesto que su existencia es prácticamente inevitable en quien es educado como lo habéis sido vosotros. Con todo, es un personaje que hay que tener en cuenta. El mentiroso os envía todo tipo de señales, diciéndoos lo que podéis y lo que no podéis hacer; el mentiroso os disuade de hacer determinadas cosas e intenta convenceros de hacer otras. Y a veces le hacéis caso porque pensáis sinceramente que es lo correcto.
Para descubrir si algo es realmente genuino, es sumamente importante que conectéis con vuestro cuerpo y que, desde ahí, comprobéis la realidad emocional de vuestro niño interior. Intentad notar la diferencia. Si os estáis intentando convencer de algo que viene del mentiroso, la sensación no resulta amorosa ni agradable, sino coercitiva, manipuladora y controladora, y su trasfondo es generalmente uno de ansiedad y de necesidad de poner límites. En cambio, cuando bajáis de la cabeza al abdomen, la realidad del niño se percibe mucho más abierta, amable e inocente, además de mucho más estable y sólida.
Notad la diferencia entre ambas energías: el flujo contundente y a menudo impaciente de vuestra cabeza, y la energía amable, inocente, abierta y más estable del niño de vuestras entrañas. Y tomad la firme decisión de elegir al niño; de dejar que experimente de verdad todo cuanto sienta y de apreciar el poder y el valor de hacerlo, aunque no sepáis lo que de hecho necesitáis cuando, por ejemplo, el niño se siente muy enfadado, triste o confuso.
Dejad ser al niño y no intentéis reprimirlo. Permitid que la energía circule naturalmente en vosotros por medio de lo que el niño siente, e intentad «quitaros la cabeza» mientras lo hacéis. Luego, preguntad al niño: «¿Qué necesitas tener ahora mismo en tu vida para sentirte más feliz, más alegre, más contento?». ¿Qué tipo de energía le resultaría más útil al niño? ¿Qué es lo que más necesita? Tomad al niño en brazos y, luego, fundíos con él en vuestro abdomen. Es el mensajero de la vida; recibe información de vuestra alma y desea pasárosla en la forma terrenal de emoción pura. Abandonad los juicios de la mente y creed en este niño; y sentíos amparados por la Tierra. Yo soy el alma de la Tierra y quiero rodearos con amor y poder, e invitaros a confiar de nuevo en vuestra naturaleza original, tan pura e inocente como la de los animales, las plantas y las flores.
Muchísimas gracias por vuestra atención.
© Pamela Kribbe
Traducción de Laura Fernández