La interacción del Alma y la Tierra
Pamela Kribbe canaliza a la Tierra
Queridos amigos,
Soy la Tierra. Sentidme bajo el suelo que pisáis, en el aire que respiráis. Tomaos unos instantes para hundiros en mí y relajaros. La tensión que resulta de vuestra actividad mental se deposita en los tejidos y músculos de vuestro cuerpo. Sabed que él mismo os ayudará a soltar esa tensión, pues lo propio del cuerpo no es acumular tensión en exceso, sino deshacerse de ella. Dejad que vuestra mente se vacíe y que vuestra consciencia vaya descendiendo por el cuerpo. Notad vuestros pies, tobillos y rodillas, y permitid que vuestra respiración vaya adentrándose suavemente en el abdomen.
Uno de los motivos por los que muchas veces no os sentís seguros ni a salvo en la vida es porque no estáis bien anclados en vuestro cuerpo. A menudo se da una tensión básica que tira de vosotros hacia arriba y os lleva a centrar vuestra consciencia en la cabeza —¡algo que hacéis con demasiada frecuencia! Es entonces cuando os abruman pensamientos acerca de otras personas, acerca de lo que tenéis que hacer, acerca de lo que ha ido mal; todos ellos, pensamientos que generan ansiedad e intranquilidad, y que a veces ni siquiera se corresponden con hechos reales.
Tomaos ahora un respiro de todo ese ajetreo mental; en esto, vuestro cuerpo puede ayudaros, pues le gustaría relajarse y descansar. Dejad que la tensión se vaya drenando y que vuestros pensamientos se ralenticen poco a poco. Sentid vuestras raíces profundamente hundidas en la Tierra. Vuestro cuerpo pertenece a esta Tierra; es una extensión de la misma, una de sus expresiones. Las células de vuestro cuerpo saben cómo aferrarse al equilibrio mediante un proceso de recuperación. Hacedle preguntas al cuerpo: «¿Qué necesitas para relajarte? ¿Qué puedo hacer para salir de la cabeza? ¿Qué puede ayudarme a conectar con el estado natural de mi cuerpo y a colaborar con él?». El cuerpo en sí mismo contiene una enorme sabiduría y carece de ego. Su deseo es cooperar con vosotros y seros útil, y su foco está siempre puesto en el equilibrio.
Si os fijáis en cuáles son las emociones que más alteran el cuerpo, veréis que el miedo es la principal. El miedo agarrota vuestra energía y hace que perdáis vuestra estabilidad, lo que a su vez provoca que no conectéis lo suficiente con el flujo natural de vuestro corazón, de vuestro cuerpo, de vuestra alma. Cuando os dejáis vencer por el miedo, os encogéis en vuestro ego y retiráis vuestra luz del cuerpo. La luz deja entonces de fluir en él y de irradiar hacia fuera. De resultas de ese encogimiento, termináis cansados y agotados, y dejáis de cuidar correctamente de vuestro cuerpo.
La segunda energía que más trastorna el cuerpo es lo que denominaré el control compulsivo: querer controlar las cosas, acomodarlas y organizarlas según vuestros deseos. Cada vez que os empeñáis en controlar demasiado y que intentáis doblegar y haceros cargo de vuestras circunstancias, lo que hacéis es presionar la vida. Queréis configurarla a vuestra manera, pero eso os consume y agota. También os lleva a la confusión, pues intentáis controlar la vida desde la cabeza y esto es algo que generalmente no funciona, ya que hay en juego fuerzas mayores que no tenéis en consideración.
Quisiera deciros algo sobre la interacción del Alma y la Tierra, cualquiera que sea la forma que esa interacción adopte entre el alma y el cuerpo. Vuestra alma es más vieja que esta vida actual. Vuestra alma ha estado en la Tierra muchas otras veces y, en cada una de esas veces, el alma ha intentado crear un canal, abrir un camino hacia la Tierra, con el objetivo de hacerse visible en el cuerpo y de manifestarse en esta realidad. Y en esto, el cuerpo está totalmente dispuesto a colaborar: quiere acoger a vuestra alma y dejar que su luz irradie, porque lo propio del cuerpo es tomar parte en este proceso. Quiere recibir la luz de vuestra alma porque, al hacerlo, la propia Tierra se nutre y alimenta. ¡Yo me deleito con vuestra luz!
Podría decirse, por tanto, que existe un flujo vertical que va del Cielo a la Tierra. El alma desciende e imbuye el cuerpo de su luz —lo nutre e inspira. El cuerpo recibe al alma y la luz lo recorre y atraviesa en dirección a la Tierra. Desde ese punto de vista, no hay nada de lo que preocuparse y todo está bien, todo es como debería ser. ¿Por qué, entonces, toda esa ansiedad, esa tensión y ese control compulsivo? Estas energías compulsivas y reactivas tienen su origen en la sociedad humana. Derivan de las formas de pensamiento predominantes —ideas, criterios, prejuicios—, sobre todo, las del pasado.
Así pues, ese flujo vertical que va del Cielo a la Tierra, y en el que alma y cuerpo mantienen una relación positiva, se ve entorpecido por la existencia de una especie de flujo opuesto que se ejerce, más bien, en el plano horizontal. Ese flujo horizontal se alimenta de las fuerzas antagónicas que operan en la sociedad y que se basan en el miedo y los juicios, así como en la idea de que la vida en la Tierra consiste exclusivamente en sobrevivir, luchar y competir con los demás seres humanos.
Sentid esa energía en vuestro propio cuerpo durante unos instantes. Primero, intuid ese flujo positivo que circula de arriba abajo; intuid que vuestra alma quiere descender y que la Tierra quiere recibir su luz a través de vuestro cuerpo. Así es como debe ser. Mirad a ver si podéis sentir ese flujo de la cabeza a los pies, sin interrupción. Luego, sentid el influjo de aquello que procede de la sociedad: esas exhortaciones en las que se mezclan el miedo, la lucha, la rivalidad, la necesidad de ser mejor que los demás, de tener que trabajar duro, las obligaciones, las deudas… Fijaos en cómo os afecta.
Casi siempre podéis sentir, en un nivel puramente físico, cuándo os estáis dejando afectar por esas energías negativas y limitantes. Puede que ya estén asentadas en vuestro estómago y en el abdomen, o en el pecho, los hombros, la garganta. Lo esencial, no obstante, es que en vuestro camino vital sintáis cada vez con mayor intensidad la conexión vertical, la conexión entre el Cielo y la Tierra, entre el alma y el cuerpo. Y es importante que permanezcáis fieles a ese flujo para sentiros firmemente convencidos de que sois capaces de afrontar las fuerzas opuestas del miedo y la desconfianza que existen en la Tierra, de manera que, al final, no os afecten tanto.
Cuanto empezáis a percibir vuestra conexión vertical —ese canal vertical— con mayor intensidad, empezáis a generar vuestra propia capacidad de oposición a esas viejas energías y, entonces, la luz fluye a través de vosotros hacia el mundo. En esos momentos, ayudáis a moldear la energía colectiva de la Tierra y a encauzarla, haciéndola más luminosa y más radiante, y permitiendo, así, que a otras personas les resulte más fácil creer en su propio canal entre alma y cuerpo, en su propia conexión entre arriba y abajo.
Elegir vivir vuestra vida desde el alma no significa solamente conectar con vuestra luz interior, con el flujo vertical; también significa apartarse de las viejas energías que aún operan en la sociedad. Es una acción doble: rompéis con el viejo mundo y, al conectar con vuestra alma, dais un paso en el nuevo mundo que está destinado a emerger y desarrollarse paulatinamente en la Tierra, hasta convertirse en una realidad.
Sois, en ese sentido, pioneros de la consciencia, trabajadores de la luz que, por el mero hecho de andar vuestro propio camino, abrís nuevas posibilidades. Muchos de vosotros estáis al borde mismo de emprender un nuevo camino. Sin embargo, vuestra vida aún se ve afectada por las fuerzas antagónicas con las que la sociedad os ha alimentado: los juicios, los impedimentos, los pensamientos negativos que os retienen y os restan valentía y fe. Tened piedad y compasión por vosotros mismos cuando eso os ocurre. En vosotros vive un niño que, por un lado, rebosa inspiración y es capaz de volar muy alto, propulsado por sus sueños y visiones, pero que, por otro lado, es vulnerable y sensible al amor y al reconocimiento de los demás. Este niño necesita de vosotros y de vuestra consciencia fuerte y poderosa para sentirse protegido siempre que sea necesario.
Imaginad ahora que sentís la presencia de ese niño en la zona del abdomen y del corazón: en medio del torso, en el centro de vuestro cuerpo. Intuid la sabiduría de ese niño, así como su despreocupación y originalidad. En su esencia, a este niño no le preocupa lo que la sociedad piense que debería hacer o no —se limita a ser como es. Sentid durante unos instantes su luz radiante, a la vez tan terrenal y celestial. Este niño que vive en vosotros representa la maravillosa fusión de las energías celestiales y terrenales. Pero es, al mismo tiempo, un niño que tiene que aprender a manejarse en la realidad terrenal. Y para eso, os necesita.
El niño os necesita para sentirse amparado y comprendido cada vez que le vence el temor: el temor a ser insignificante, a no ser capaz de plantarle cara al miedo o a la negatividad o a la crítica del mundo exterior. Cada vez que este niño busca amor o reconocimiento fuera de sí mismo, lo que quiere es vuestro apoyo, lo que quiere es que le deis lo que necesita. Rodead a vuestro niño interior con vuestra fuerza y vuestro amor. Y con ello me refiero a la energía de la Tierra: a la seguridad, el espacio personal y la fortaleza que tanto necesita ese niño.
Este niño también necesita límites. En la realidad terrenal, es fundamental que vuestro niño aprenda cuándo dar y cuándo recibir, y cuándo no es adecuado involucrarse y conviene poner límites. Sentid lo mucho que el niño necesita que tengáis esa firmeza y que la compartáis con él.
Quizás penséis: «¿No sabe ya el niño todo eso?». Pero el niño necesita a un adulto, un guía, para encontrar su camino en esta realidad terrenal. Por su propia naturaleza, un niño carece de límites, lo cual no supondría ningún problema en una realidad en la que la energía del niño fuera similar a las energías del entorno, en la que hubiera afinidad y en la que las energías se intercambiaran de forma armoniosa. Pero en esta realidad terrenal, y en cualquiera de sus ámbitos sociales, es imprescindible que sepáis dónde vuestra energía es bien recibida y puede fluir sin trabas, y dónde y cuándo conviene que os retiréis y pongáis límites.
Tal es el proceso de sintonización que tenéis que hacer por y para el niño. El niño os ayuda a detectar lo que conviene mediante sus emociones; por ejemplo, cuando en una determinada situación se siente triste, enfadado o reprimido. Y a vosotros os corresponde responder a esa señal con las acciones adecuadas para proteger al niño y darle apoyo. Esa es vuestra tarea como adultos. Es entonces cuando el niño se siente seguro y a salvo, cuando siente que lo veis y escucháis.
Es imprescindible que, al mismo tiempo que la recibís en vuestro día a día, canalicéis hacia la Tierra la luz de vuestra alma. Vuestro niño desea recibir esa luz, difundirla y vivir en ella, pero también puede dejarse asustar por las fuerzas opuestas que existen en el mundo, y vosotros podéis guiarlo. Vuestro propósito es anclar en la Tierra algo grandioso, hermoso y luminoso desde vuestra alma. A la vez, no obstante, a menudo os retienen la ansiedad y los profundos temores que os llegan de vuestro niño. Sois un canal entre ambos: vuestra alma y vuestro niño.
Cuando queráis conectar con la Tierra desde el corazón y seguir vuestra inspiración, imaginad que, con la mano izquierda, vais agarrados de vuestra alma. Imaginadla mucho más grande que vosotros. Se halla a vuestra izquierda y vais de la mano de esa figura que representa vuestra alma y que es vuestro yo esencial. Podéis darle la apariencia de un ángel o de una hermosa silueta luminosa. Sentid la impresionante y grandiosa luz de esa figura, rebosante de amor, alegría y sabiduría.
Ahora, imaginad que a vuestra derecha hay un niño y que también lo tomáis de la mano. Al niño le tendéis la mano derecha. Este niño es igualmente hermoso y luminoso, pero, como todos los niños, inocente, a menudo ingenuo y, a veces, bastante impulsivo. Este niño es el guardián de vuestra fuerza vital, de vuestras raíces en la Tierra. El niño representa vuestra conexión con la Tierra y el objetivo es que tenga lugar una fusión, una unión, entre el alma y el niño, el Cielo y la Tierra. Comprobad si podéis sentir todo eso: vuestro niño a la derecha y vuestra alma a la izquierda. Sed el canal entre ambos.
Otra opción es que imaginéis que vuestra alma —esa figura grande, tierna y amorosa— está detrás de vosotros, mientras que el niño se acurruca en vuestro abdomen, y que dejéis que la energía fluya en esa dirección, de atrás hacia delante. Lo imaginéis como lo imaginéis, sed conscientes de vuestra propia posición en el medio; sois, literalmente, mediadores. Sois quienes canalizáis ese flujo de energía. Sois quienes intuís cuándo ha llegado el momento de dar un nuevo paso o de tomar otra dirección para dejar que fluya la energía del alma, a la vez que tenéis en cuenta las emociones del niño que vive en vosotros y que será el que tenga que dar ese paso en la realidad de la vida diaria.
Quisiera ilustrar todo esto en términos más concretos. Imaginad una situación de vuestra vida cotidiana, por ejemplo, que tenéis un trabajo que al principio os gustaba, pero que, cada vez más, os hace sentir que: «Esto no es para mí en absoluto, hay algo en mí que no le encuentra sentido a este trabajo». Os sentís insatisfechos, quizás no dormís bien y notáis la tensión de vuestro cuerpo. Al principio, intentáis resolver el problema de mil maneras, pero sin hacer ningún cambio de fondo. Puede que el problema sea que no os sentís lo suficientemente valorados o que no podéis expresaros con autenticidad en vuestro trabajo, lo cual es cierto para muchos de vosotros.
Eso es lo que ocurre cuando el poder de vuestra alma empieza a despertar y a llamar a vuestra puerta. Esto os genera ansiedad porque anuncia cambios. Podríamos decir que vuestro niño reacciona dividiendo la situación en dos aspectos. Por un lado, anhela más imaginación, libertad y espacio para moverse. Siente la necesidad de jugar y de ser creativo. Pero por otro lado, le asusta que lo regañen porque, al querer hacer algo nuevo, se está saliendo del camino trillado y de las normas aceptadas por la sociedad.
Un niño es, por naturaleza, más vulnerable a las influencias externas, a las cuales reacciona con mayor intensidad. Necesita, por tanto, vuestra fuerza, vuestra perseverancia y vuestra determinación para no escucharlas. Necesita que soltéis los sentimientos de angustia, intranquilidad y miedo, y que, a cambio, os entreguéis al poder de vuestra alma. Daos cuenta de vuestro papel de mediador. Cada vez que os abráis un poco más a vuestra alma —y eso es lo que queréis, pues tal es el propósito de vuestra vida—, tomad más firmemente de la mano a vuestro niño y su necesidad de sentirse seguro.
Podéis darle al niño esa seguridad, pero la clave para hacerlo es que os convenzáis de el ancla que necesita sois vosotros; no el mundo, vosotros. Sois vosotros quienes le demostráis a vuestro niño que sois capaces de ofrecerle la seguridad que necesita, de manera que no tenga que buscarla en los padres ni en el trabajo ni en los amigos ni colegas. El ancla sois vosotros, vosotros sois la base. Esa es vuestra tarea —vuestro papel de mediador entre el Cielo y la Tierra. Sed los padres de vuestro niño interior, sed su guardián y protector. La energía de vuestra alma podrá entonces adentrarse en la zona del abdomen, en vuestras emociones y raíces. El niño podrá entonces sentirse seguro y amparado, y será capaz de salir al mundo exterior con confianza y seguridad.
Lo que le ocurre a muchas personas es que están receptivas a la luz de su alma y a la inspiración que la acompaña: los deseos y los sueños. Sin embargo, la zona del abdomen permanece cerrada porque contiene emociones de miedo que no quieren ser vistas, debido a sentimientos de vergüenza o impotencia. La consecuencia es que la inspiración, la luz del alma, no puede anclarse adecuadamente, no puede enraizarse como es debido en la vida diaria, en los pensamientos y acciones cotidianos, lo cual termina desequilibrando a la persona. De ello resulta una brecha entre, por un lado, vuestros sueños, deseos y aspiraciones, y, por el otro, el día a día de la realidad. Con todo, la intención de vuestra alma es que cerréis esa brecha, de manera que podáis creer en vuestros sueños y deseos, y hacerlos realidad.
Tomad a vuestro niño de la mano; enseñadle a volverse hacia dentro y a acudir a vosotros cuando le abrumen la duda y la incertidumbre. Enseñadle a ser independiente de las influencias del mundo exterior. En ese momento recuperaréis vuestra fuerza, vuestro poder, vuestra estabilidad, y la energía de vuestra alma podrá ser canalizada hacia la Tierra.
Este proceso se desarrolla paso a paso, y cada persona anda un camino único. Sentid las fuerzas del Cielo y de la Tierra que quieren ayudaros a llevar a cabo el proceso, y sentid al mismo tiempo vuestra tarea principal de mediador. Vuestra grandeza radica en esa tarea: en que colaboráis con las fuerzas del Cielo y de la Tierra, de vuestra alma y de vuestro niño interior.
Gracias por vuestra atención. Es mi más profundo deseo haceros llegar mi amor.
© Pamela Kribbe
Traducción de Laura Fernández