Sentid de nuevo cómo era
Pamela Kribbe canaliza a la Tierra
Querida gente,
Soy la voz de la Madre Tierra. Soy yo quien os lleva en este viaje, el de vuestra vida humana. Sentidme en vuestros huesos, en vuestra carne y en todas las células de vuestro cuerpo. Soy yo quien provee los elementos básicos del cuerpo humano.
Sin embargo, no estoy presente únicamente en el plano físico. Soy también un ser de energía, un ser muy viejo. Poseo una energía álmica, una vida espiritual, y tan pronto como nacéis sobre la piel de mi cuerpo, os confiero mi energía, la energía de la Tierra. La energía de la Tierra se mueve con quienes viven en mí, esto es, la humanidad. Mi energía es receptiva a la vuestra; la absorbo, aprendo de ella e intento daros aquello que os ayuda y beneficia.
En mi corazón, soy libre y no estoy sujeta a la dualidad, motivo por el cual puedo sentir lo que la gente necesita a nivel energético. La energía de mi corazón está presente en vuestro cuerpo y se orienta de forma natural hacia el equilibrio. Vuestro cuerpo y el mío están vinculados energéticamente y, juntos, formamos un todo. Como acabo de decir, en mi esencia, en mi núcleo, no estoy sujeta a la dualidad. No obstante, la propia vida terrenal —la de las plantas, los animales y los seres humanos— sí que lo está. Hay nacimiento y muerte, enfermedad y salud, juventud y vejez; emociones de amor y luz, y emociones de miedo y desesperación. Todos ellos son aspectos de la vida tal y como transcurre sobre mí; pero en lo más hondo de mi ser, en mi núcleo, yo estoy libre de todo ello y, por tanto, permito que todo ello suceda.
Sentid quién soy en esencia. Formo parte del Cosmos como un todo, pero acepté asumir el papel de portadora de la humanidad. Os acompaño en vuestro camino, pero no puedo actuar por vosotros. Vuestra tarea específica, aquello que la humanidad ha de lograr en su conjunto y hacia lo que evoluciona es algo que tenéis que hacer vosotros.
Cada uno de vosotros, la humanidad en su totalidad, tiene un poder creador especial: la capacidad de crear y de dar existencia a algo nuevo. Yo quiero daros la oportunidad de hacerlo, incluso aunque ello signifique que, a veces, sucumbáis a la dualidad y dejéis de sentir que, en esencia, sois libres de ella. Pero sabed que, como almas, no estáis sujetos ni a nacer ni a morir; sabed que sois eternos, incluso aunque a menudo perdáis la conexión con ese sentimiento durante vuestra vida en la Tierra. Con todo, y con tal de que confiéis en mí, yo puedo devolveros ese sentimiento.
No soy yo quien os sumerge en la dualidad. Lo que hace que la vida en la Tierra sea a veces tan complicada es el velo de miedo creado por la humanidad —la ignorancia, la pérdida del ser propio. Pero esto no siempre ha sido así. En la Tierra ha habido épocas en las que existían comunidades de gente conviviendo entre sí y con la naturaleza en completa paz y armonía. Y hace un momento, durante la meditación, algunos de vosotros habéis reconocido y sentido esa forma de vivir; una vida en la que os resultaba natural sentiros bienvenidos en la Tierra, ya fuera como niños, como personas y, también, como las almas que sois.
Nada más iniciar vuestra vida terrenal, se produce a menudo y de forma inmediata una especie de «esquizofrenia»; una ruptura entre quienes de verdad sois y lo que la gente de vuestro entorno espera de vosotros u os obliga a ser, casi siempre debido a sus propios sentimientos de miedo e incertidumbre. Desde el principio se abre una brecha entre lo que sentís y lo que deberíais sentir; entre lo que sois libres de hacer y lo que se espera de vosotros.
No obstante, todos habéis vivido vidas en la Tierra en las que los comienzos fueron mucho más suaves; vidas en las que podíais mantener una conexión más íntima con vuestra alma y en las que, de hecho, os animaban a hacerlo, con dulzura y alegría, al tiempo que os educaban. En esas vidas y comunidades también había un tipo de disciplina, pero se aplicaba con mano amable y en consonancia con la naturaleza humana. En esas sociedades, a los niños se les enseñaba a tomarse en serio su mundo interior. A prestar atención a sus emociones de forma honesta y franca, y a escuchar las voces que oían en su interior: las de sus miedos y prejuicios. Esto es lo que define a una sociedad madura, una sociedad que le da mucha importancia al mundo interior de las personas.
En estos tiempos, el enfoque de la sociedad está casi exclusivamente puesto en el mundo exterior, en el conocimiento que permite hacer, construir y organizar cosas, o analizar y categorizarlo todo desde la mente. Pero todas esas actividades están orientadas hacia el exterior. La atención a la realidad interior, que es, de hecho, la que crea la realidad externa, el mundo de fuera, se ha perdido —aunque no del todo.
Aún quedan en mí restos de antiguas comunidades y sociedades en las que las personas vivían con amor la interrelación natural de unos con otros, a partir del conocimiento del alma y de una realidad interna. Los restos de esas comunidades y sociedades siguen presentes en mi campo energético, en el campo energético de la Tierra. Y aunque físicamente han desaparecido de la superficie de la Tierra, perviven en mi memoria y en la memoria colectiva de la humanidad. Quisiera pediros que refresquéis la memoria de la humanidad recordando, vosotros mismos, cómo os sentíais al nacer en una comunidad de espíritus afines y, por supuesto, al vivir desde una conexión con vuestro ser interior, vuestro núcleo, vuestra alma. Sentid lo alegre que puede ser la vida en esas condiciones. Aunque sigue habiendo acontecimientos dolorosos —como la muerte de un ser querido—, experiencias de pérdida y tristeza, y también malentendidos, todo ello sucede en un trasfondo de paz, comprensión y seguridad.
Crecer junto a personas afines proporciona un profundo sentido de seguridad y aceptación, así como la posibilidad de desarrollarse con libertad. Sentid de nuevo cómo era; quizás se os presenten imágenes de la comunidad a la que alguna vez pertenecisteis. Fijaos también en quiénes erais entonces, en la energía que irradiabais y en la sensación evidente de bienestar que teníais. Podíais abriros a los demás y al entorno porque estabais centrados en vosotros mismos. Os sentíais bien con vosotros mismos. No dudabais de que hubiera un espacio especial para vosotros, de que tuvierais algo que ofrecer al conjunto. Es algo que se daba por hecho y que todo el mundo sabía. Sentid cómo recibíais justo lo que necesitabais: empoderamiento por parte de vuestro entorno. A vuestro alrededor había gente que os comprendía y que os daba valiosos consejos. Que, ante todo, proyectaba un ambiente de armonía y sabiduría. Considerad ahora todo ello como un regalo muy especial que recibisteis en el pasado.
Sois los fundadores de esa energía, de esa forma de comunidad y convivencia; los creadores de esa energía en estos tiempos. Y aunque ya no es obvio que uno pueda desarrollarse desde esa base segura, seguís llevando su recuerdo en vuestro corazón. Lleváis el recuerdo de una vida llena de armonía en la que podíais desarrollar libremente vuestros dones espirituales: vuestro amor, vuestro sentido de la belleza, vuestra creatividad, vuestra ternura. Vuestra tarea consiste en sembrar en la Tierra la semilla de esa luz, de esa experiencia que conocisteis en el pasado, y conseguir que germine.
Como trabajadores de la luz, estaba en cierto modo previsto que os llegara el momento de depender únicamente de vosotros mismos; de no poder ya formar parte de una red natural de seguridad y pertenencia a un grupo de afines. Vuestra alma sabía que ibais a heredar una tarea difícil y, por ello, también estuvo previsto que recibierais esa energía de cariño y apoyo en el pasado, de manera que más adelante pudierais difundirla allí donde hoy dicha energía está ausente. Tal es, en su esencia, la tarea del trabajador de la luz: encender la luz allí donde la luz no brilla —pero primero y ante todo, dentro de vosotros. Porque solo cuando sepáis cómo sentiros seguros en vuestro interior, podréis recrear sin riesgo aquella situación que una vez fue natural; a partir de ahí, y esto es algo que ocurre por sí solo, os convertís en una luz para los demás.
Lo importante es que recreéis ese espacio de cariño y empoderamiento, primero y ante todo siendo fieles a vosotros mismos. Y os voy a pedir que lo hagáis ahora. Os voy a pedir que os miréis de verdad con respeto —ahora mismo. Sentid lo curtidos que estáis realmente y las muchas veces que ya habéis vivido en la Tierra como seres humanos. Habéis asimilado e integrado todas esas experiencias: experiencias de luz y experiencias de densa oscuridad. Tomaos en serio; respetad vuestra madurez.
A veces os veis como niños pequeños que ya no saben qué hacer, que no ven salida alguna. Pero ya pasó el tiempo de esperar a que se os presente un maestro y os diga lo que debéis hacer. Ha llegado el momento de atreveros a depender de vosotros mismos y de afirmaros; de mirar de verdad en vuestro interior y contemplar qué tesoros, acumulados a lo largo de todas esas vidas pasadas, lleváis dentro. Ya no existe esa presencia alentadora de una comunidad que os entiende y protege. En ese sentido, estáis solos. Pero eso forma parte de vuestro camino y vuestra evolución. Ahora podéis hacerlo solos —en serio, podéis. Se trata de creer en vosotros mismos.
Conectad con mi núcleo, con mi corazón independiente del tiempo, del nacimiento y de la muerte. Yo he estado en todas esas vidas que habéis vivido en mí. Sentid también vuestro propio núcleo atemporal. Es mucho lo que ya sabéis; lleváis en vosotros una enorme riqueza. Conectad con vuestra propia luz y sentidla fluir en vosotros. Sentidla recorrer vuestro cuerpo desde los dedos de los pies hasta los dedos de las manos. Sentid vuestros pies firmemente plantados en el suelo. Sois seres humanos poderosos y os necesitamos. Podéis refrescar la memoria de la humanidad; podéis recrear esa vibración de armonía y amor tan necesaria hoy en día y que tantos echan en falta. Tenéis conocimiento del mundo interior de las personas y del vuestro propio. Estáis familiarizados con la profundidad de los sentimientos y podéis aceptar lo que hay en la vida de la gente. Al hacerlo, traéis vuestro amor y seguridad a este mundo de miedo y dudas, y tal es vuestra vocación.
Yo trabajaré con vosotros. La energía de las antiguas comunidades de luz puede hoy difundirse por todo el mundo. Ya no se trata de crear pequeñas islas de armonía y paz. Ahora se trata de incluirlo todo, motivo por el cual estáis diseminados por el mundo entero. Primero, en soledad. Pero luego, gracias a las conexiones y redes que han ido apareciendo, empezaréis poco a poco a volver a vivir como espíritus afines, solo que ahora incluyéndolo y abarcándolo todo. En estos momentos se están produciendo tantos cambios que las islas ya no son suficientes; ha llegado la hora de un despertar global. Y aunque a veces parezca una tarea imposible, creed en vosotros. Lleváis en vosotros las semillas, las simientes de luz. Atreveos a sembrarlas y a hacerlas visibles. Esa es vuestra tarea; eso es quienes sois —creed en ello.
Gracias por vuestra atención.
© Pamela Kribbe
Traducción de Laura Fernández