Tres niños
Pamela Kribbe canaliza a la Tierra
Soy la Madre Tierra y estoy aquí, entre vosotros. Soy el suelo bajo vuestros pies. Soy el sol exuberante que brilla sobre los árboles, las plantas, las flores y todos los elementos que os rodean. También estoy aquí, en esta habitación, en este espacio. Tomad consciencia de mi presencia, recurrid a alguna imagen para captarme. Imaginad, por ejemplo, que soy una mujer que está de pie en medio de esta habitación. Realmente, no importa la forma que me deis. Quedaos con la primera imagen que os venga a la mente y que os haga sentir que: «Es ella, ahí está la Madre Tierra».
Os pido que sintáis mi regocijo, mi alegría. En mi alma hay un deleite que quiero compartir con vosotros. Pese a todo lo que ocurre en la Tierra, en mi corazón hay amor y alegría. Yo sé que hay un plan grandioso en el que cada parte desempeña un papel infinitamente mayor y sé que la vida es buena y justa. Que es hermosa tal y como es.
Quiero llevaros a conectar con esa alegría básica, de modo que en vuestro interior también podáis sentir que: «Mi vida es buena. Pese a los altibajos que la constituyen y los momentos difíciles, ¡estoy vivo!». La vida fluye a través de vosotros. ¿Y cómo lo hace? Durante estos dos días hemos estado hablando acerca de lo masculino y lo femenino, del flujo de dar y de recibir, de la diferencia entre estar con otros y estar con vosotros mismos. Hemos descubierto lo difícil que os resulta aceptaros totalmente con el fin de recibir lo que realmente necesitáis, tanto de los demás como de vosotros mismos. Recibir es una energía femenina y existe un bloqueo en vuestra capacidad de recibir, en vuestra capacidad de estar abiertos y receptivos a lo que quiere llegar a vosotros desde el universo y el cosmos, desde el mundo, desde otras personas y, también, desde vosotros mismos: vuestra propia belleza y sabiduría.
Hoy, quiero hablaros de esa parte de vuestro cuerpo donde hay mayor dolor acumulado. Ese dolor conlleva la incapacidad de recibir de verdad, de aceptaros profundamente y de «afirmaros» en vuestra autenticidad. Esa parte del cuerpo es la zona del abdomen. Id ahí ahora con vuestra consciencia. Imaginad que vuestra consciencia es como una flecha de atención con la que apuntáis e id bajando desde la cabeza y a lo largo de vuestra columna hacia la cintura y más abajo, hasta llegar a la pelvis. Llenad todo el abdomen con la energía de vuestra consciencia. Mirad a ver si podéis acariciar con vuestra respiración, ligera y suavemente, la parte baja del abdomen. Dejad que vuestra respiración se adentre en el abdomen y, llegados ahí, sentid vuestra propia fuerza. Sentid de qué manera el abdomen os conecta con la Tierra.
La parte inferior de vuestro cuerpo es, en cierto modo, el lugar donde vuestras emociones más profundas se dejan notar, por tanto, llevad ahí vuestra atención. Y sabed que os está permitido estar ahí tal y como sois, con todos los aspectos que os conforman. Vuestro abdomen es, de hecho, como un hueco; y la pelvis, como un cuenco que recibe —un recipiente—. Y hoy os invito a que vayáis allí a conocer y acoger, como si fueran niños pequeños, las tres partes vuestras que van a presentarse. Esos niños aún viven en vosotros; forman parte de vuestro lado emocional espontáneo.
El primer niño al que quiero invitar es el niño alegre. En vosotros vive un niño lleno de alegría y voluntad de vivir. Es esa parte vuestra que insistió en venir aquí y vivir esta vida en la Tierra. Es la parte que quiere participar; es atrevida y valiente, y es capaz de disfrutar de todo cuanto la vida tiene para ofrecer en un cuerpo humano. Mirad a ver si podéis encontrar a ese niño en el cuenco de vuestra pelvis y prestad atención a lo que quiere deciros. ¿Qué es aquello con lo que más disfruta ese niño? Eso os dirá algo acerca de vosotros y de lo que más os gusta. ¿De dónde obtiene este niño su amor por la vida?
Luego, invitad a ese niño a acercarse. Imaginad que le tendéis una mano o que lo rodeáis con un brazo; que lo acogéis y le decís lo felices que os hace estar con él; que sabéis que puede indicaros el camino hacia una vida más alegre y divertida. Este niño os ayuda a tener esa vida. Este niño sabe que está bien disfrutar de la vida. Este niño sabe que está aquí para sentirse vivo, para experimentar profundamente todos los aspectos de la vida y para disfrutar de abundancia en todos los ámbitos de vuestra vida como hijos de Dios. Este niño sabe que la vida existe para ser celebrada. No siempre se trata de aprender, crecer y evolucionar. La vida está ahí simplemente para ser vivida, como lo hace un niño que vive el momento, sin pensar ni en el futuro ni en el pasado.
Dejad que este niño entre en vuestra vida y en vuestro abdomen. Contactad con él a menudo. Una vez que lo habéis identificado, podéis invitarlo con frecuencia en vuestro día a día, especialmente en esos momentos en los que os preocupáis o angustiáis por tener vuestros pensamientos puestos en el futuro o en el pasado. Esos son los mejores momentos para preguntarle al niño qué le apetece hacer aquí y ahora mismo. Eso ayuda al niño a afirmarse y, a vosotros, a permanecer con él.
Vamos ahora a invitar a otro niño que también forma parte de vosotros. Esta vez se trata del niño asustado. Un niño que ha acumulado incontables miedos en su interior y para los cuales no ve solución. Este niño lleva vuestros miedos. Un niño es inocente; un niño no puede construir muros ni poner límites para protegerse. Un niño no puede desviar ni mitigar el impacto del miedo.
Este niño desea ser visto. Quiere ir hacia vosotros porque necesita vuestra ayuda. Sois los padres de ese niño: su madre y su padre. Dejad que se acerque y observad su apariencia. Fijaos en su cuerpo contraído o tenso, e intuid lo que podríais y querríais hacer por ese niño. Arrodillaos delante de él, tendedle las manos y decidle: «Ven aquí, conmigo estás a salvo. No te disculpes por tus miedos, los comprendo. Déjalos aquí, conmigo».
Sentid vuestro propio poder al hacer esto. Sois capaces de recibir los miedos de ese niño. Sois capaces de aceptarlos con ecuanimidad y sin ahogaros en ellos. Y quizás os preguntéis: «¿Cómo es posible? ¿Cómo puedo saber si soy capaz de trascender esos miedos?». Porque hay una parte de vosotros que es más fuerte que esos miedos, que tiene confianza y valor. Pedidle al niño alegre que venga, que se siente a vuestro lado y que consuele al niño asustado. Mantened vuestra atención centrada en la zona del abdomen y, luego, observad a los dos niños sentados delante de vosotros. Los dos son igualmente hermosos, inocentes y puros. Ninguno es mejor ni está por encima del otro. Ambos forman parte de la vida.
Pasemos ahora al tercer niño. El niño enfadado. Quizás lo visualicéis apretando los puños y con el rostro rojo de rabia. A lo largo de vuestro vida, generalmente habéis suprimido esa rabia, porque no está permitida; ni por vosotros ni por vuestro entorno ni por las reglas y los dictados morales en los que habéis sido educados. Pero ahora sí que la vais a permitir. Este niño es libre para dejarse ver, sin que importe por qué está enfadado ni si está justificado o no. Lo importante es que la rabia está permitida y que este niño enfadado tiene permiso para mostrarse.
Dejad que este niño también se acerque a vosotros —llamadlo. Decidle que os gustaría conocerlo a fondo, que forma parte de vosotros. En esta vida, todos os habéis sentido heridos, rechazados y decepcionados. Quizás también, descontentos con la vida y la gente. Tenéis permiso para mostrarlo. La ira y la frustración tienen permiso para dejarse ver, pues ese niño va a daros un mensaje muy importante.
En esa zona del abdomen, en efecto, este niño os ayuda a ver con claridad dónde os habéis negado a vosotros mismos, dónde no se os ha dado voz y dónde no habéis podido poner límites. Es un niño valioso. No ignoréis sus impulsos. En vez de eso, preguntadle qué quiere deciros. Y qué necesita para tranquilizarse. Este niño os ayuda a comprender y manejar mejor el campo energético de vuestro abdomen. «¿Qué es lo que quiero? ¿Qué es lo que necesito?». Es un niño valiente que se atreve a hacerse preguntas.
Hoy hemos estado viendo de qué modo la energía, en particular la de las mujeres, tiende a enfatizar la entrega, el cuidado, la empatía y la disponibilidad hacia los demás, haciendo que la persona se olvide de sí misma. Que se ponga a sí misma en segundo lugar, desde la idea de que es mejor dar que recibir o de que hay que dar para obtener reconocimiento y amor. Esto os saca fuera de vuestro abdomen y enfurece aún más al niño. Y ese niño tiene toda la razón, porque en esa idea hay desequilibrio, es una idea pervertida. No es preciso que deis tanto. ¿Y cómo podéis volver a equilibrar el flujo de dar y recibir? Manteniendo el contacto con esos tres niños de vuestro abdomen —con los tres—: el niño enfadado, el niño asustado y el niño alegre.
Habréis notado que, a veces, dais por miedo, por evitar el rechazo de la otra persona y por salvaguardar la armonía. El miedo tiene muchas razones. Pero en cuanto os deis cuenta de que estáis dando desde el miedo, volveos hacia el niño asustado y decidle: «No tienes por qué hacer esto. Tienes permiso para dejar de dar. Yo cuido de ti, no estás solo. Conmigo estás seguro y a salvo». Tomad consciencia de esa dinámica del miedo: miedo a la soledad, miedo al rechazo. Y daos cuenta, también, de que, cuando dais demasiado, termináis agotados, vacíos y sin vitalidad.
En este tema, el niño con alegría de vivir, el niño feliz, también puede daros algunas pistas. Acostumbraos a preguntarle: «¿Qué te gustaría? ¿Qué podríamos estar haciendo que fuera bueno para nosotros?». Porque no es un error ni es egoísmo proporcionaros esa alegría a vosotros mismos. La alegría de vivir y la felicidad son señales inequívocas de desarrollo interior. Naturalmente, se trata de una idea contraria a las conductas que tradicionalmente se asocian a la espiritualidad, como la de ser serio, prudente, consciente y responsable —conductas, todas ellas, opresivamente masculinas. Sin embargo, la auténtica espiritualidad está llena de alegría y de disfrute por la vida. Recordad esta manera de considerar la vida cuando estéis dando demasiado y cuando os sintáis cansados y agotados. Regresad a ese niño de vuestro abdomen que está conectado con una espiritualidad de verdad, una espiritualidad asentada en lo terrenal.
Y tened en cuenta también al niño enfadado, ese que tanto os asusta. Muchas mujeres no saben cómo manejar a este niño, porque va en contra de una imagen anticuada de la feminidad, según la cual las mujeres son sumisas, complacientes, generosas, atentas, dulces y amables. Hay un gran prejuicio hacia ese niño enfadado. Pero es precisamente este niño el que más puede daros. Porque os permite daros cuenta de cuándo os estáis traicionando a vosotros mismos. Os ayuda a tomar consciencia de vuestra propia valía y de dónde la estáis dañando. Por tanto, si en vuestra vida diaria sentís enfado o, incluso, algún sentimiento menos intenso, como irritación o insatisfacción, agradecedlo. No intentéis sacudiros de encima esos sentimientos ni ocultarlos para evitar el conflicto o porque os resultan incómodos. Al contrario, id ahí mismo. Preguntadle a ese niño vuestro por qué está tan enfadado: «Dilo con palabras, ayúdame a entenderlo». Y tomaos muy en serio lo que os diga.
A menudo estáis como a la espera de que vuestra alma os envíe mensajes acerca de vuestro camino en la vida. Pero es que vuestra alma os habla precisamente a través de esos niños, a través de vuestro abdomen —terrenal, poderoso y espontáneo. Estáis constantemente recibiendo información por medio del flujo de sensaciones de vuestro abdomen, de vuestras emociones y de vuestros niños interiores. Y yo os insisto: «¡Tomaos en serio esa información!»
No busquéis vuestras respuestas por «allí arriba». Cuando quedáis atrapados en la corriente del corazón, es fácil que caigáis en esa trampa de dar demasiado de la que estamos hablando y que tan bien se ajusta a esos estereotipos anticuados, a esos viejos conceptos de la energía femenina. Conectad con las emociones puras de las tripas: miedo, rabia, alegría, entusiasmo, inspiración. En ellas están las verdaderas respuestas que buscáis. Solo que, debido a vuestra tradición —entre otras, la represión de ciertas formas de religión—, os habéis olvidado de escuchar a esos tres niños de vuestro abdomen.
Son tiempos de cambio; estáis creando una nueva historia. Estáis rompiendo con viejos prejuicios y, por ello, os honro. Es por eso por lo que estáis aquí, en la Tierra, tanto para cambiar la energía colectiva de la humanidad como por vosotros. Para volver a hacer justicia en la zona del abdomen y ser fieles a la humanidad que todos compartís con todos, seáis hombres o mujeres. Pues también en los hombres viven niños reprimidos. La herida de la energía femenina afecta tanto a los hombres como a las mujeres.
Volved de nuevo junto a los tres niños de vuestro abdomen y aseguradles vuestra devoción y dedicación. Imaginad que cada uno de vosotros y vuestros niños os tomáis de la mano. Sentid el flujo de energía. Sentid lo que os dan: su inocencia, su fuerza vital, su verdad sin tapujos y su lucidez. Ese es el conocimiento que realmente os ayuda.
Observad, también, lo que vosotros les dais a ellos. Si cada uno de vosotros está de verdad ahí para lo que vuestros niños necesiten, ellos os verán como su guía, su apoyo y su defensor, seréis quien los escucha y con quien pueden contar. Eso es lo que vosotros les dais y ellos reciben felices. Porque entonces se sienten reconocidos y apreciados.
Gracias por vuestra presencia.
© Pamela Kribbe
Traducción de Laura Fernández