La soledad, una parte necesaria de vuestro camino
Pamela Kribbe canaliza a Jeshua
Queridos amigos,
Soy Jeshua. Os saludo a todos desde mi corazón. Percibid la luz que nos envuelve y que mana desde el corazón de cada uno de vosotros. Yo acojo esa luz en mí y os devuelvo su reflejo para que sepáis, sintáis y recordéis quiénes sois: trabajadores de la luz, portadores de la luz. Vuestro propósito más elevado, vuestra aspiración, es manifestar toda esa luz aquí, en la Tierra, desde vuestro corazón y vuestra alma. Sentid ese deseo en vuestro interior, en todas las células de vuestro cuerpo. Estáis aquí para permitir que vuestra luz brille sin trabas, sin culpa ni vergüenza. Hacedlo ahora mismo, abrid todas las células de vuestro cuerpo y sentid la luz que en ellas palpita —¡Dejad que se propague! Dejad que brote en vuestro abdomen y vaya subiendo por el corazón, la garganta, los ojos. Como si os desbordara, porque eso es lo que la luz pretende: su naturaleza es brillar como el sol.
Habéis reprimido vuestra luz durante demasiado tiempo y ha llegado el momento de dejar atrás las inhibiciones, la contención, la resistencia. ¡Qué alivio que os permitáis y podáis hacerlo! Porque reprimir la luz que de forma natural irradia desde vuestro interior requiere de mucha fuerza. Ocultar vuestra luz os exige un esfuerzo considerable y os genera muchísimo estrés, lo que hace que terminéis enfermos, deprimidos, amargados y frustrados. Estáis aquí, en la Tierra, para atender la llamada de vuestra alma, eso es lo que os hará libres y felices. ¿Por qué os resulta tan difícil, entonces? Porque estáis luchando con vuestra propia luz, incluso mientras me escucháis o leéis estas palabras. Vuestra luz os atemoriza y ese miedo os lleva a resistiros, a ocultaros, a amoldaros a lo que consideráis adecuado y correcto. Ese miedo cimenta los muros defensivos que habéis levantado a vuestro alrededor.
Sin embargo, percibid que vuestra alma es más fuerte que nunca y que quiere nacer en la Tierra, aquí y ahora. Sentid ese ardiente deseo de vuestra alma y la alegría y dicha que lo acompañan. Ese fuego interior no sabe de dudas, está lleno de pasión; se enardece y os inspira, por tanto, dejad que arda. Dejad que el fuego, la luz de vuestra alma, fluya a través de vosotros. Sentid que os envuelve y acogedla en vuestro cuerpo. Inhalad quiénes sois. No le debéis a nadie justificación ni explicación alguna por ser quienes sois: «Soy lo que soy, esta es mi esencia, mi ser».
En el transcurso de la vida, cada uno de vosotros ha sentido cómo se tambaleaba esa creencia fundamental. En todos vosotros ha quedado dañada la confianza absoluta en ese «Yo soy lo que soy». En algunos casos, ese daño tuvo lugar antes de que iniciarais vuestra vida actual. Pero también pudo suceder en vidas pasadas, en las que la herida sufrida, tanto mental como física, os afectó y oscureció vuestra capacidad de reconoceros, así como vuestra luz original. También pudo suceder que, al nacer en esta vida, aún recordarais vuestra propia luz, pero luego no consiguierais mantener vivo su recuerdo. Vuestro entorno, regido por el miedo, el odio, la inseguridad y la duda, terminó haciendo mella en vosotros. Todos conocéis el sentimiento de haber perdido el camino propio y eso es lo que os ha llevado a buscar la luz fuera de vosotros.
Tal es el destino de prácticamente cualquier niño porque, cuando empezáis vuestra vida en la Tierra, todos sois vulnerables. De bebés, todos sois física y emocionalmente frágiles, por lo que instintivamente buscáis y confiáis en la información que os llega de vuestro entorno, algo que hacéis por más de un motivo. Por un lado, ansiáis envolveros en el calor del amor, como si de una cálida manta se tratara: buscáis esa confianza y seguridad que todo niño anhela. También puede ocurrir que, cuando volvéis a encarnar en la Tierra, vengáis con un profundo miedo, sobre todo si cargáis con heridas y cicatrices de vidas pasadas, lo que explica que tengáis esa insaciable necesidad de sentiros amados y protegidos en vuestra infancia. Os volvéis entonces hacia las personas que os rodean con la esperanza de recibir de ellas luz y fortaleza.
Hay otro motivo por el que os volvéis hacia la gente que os rodea y que no tiene que ver con esperar recibir, sino con querer dar. Todos vosotros sois almas sensibles. En vuestro corazón y vuestro espíritu hay una hondura tal que, incluso siendo aún bebés o muy pequeñitos, tenéis una percepción muy sutil del mundo y de las personas de vuestro entorno. Aunque vuestro cerebro físico no esté entonces del todo desarrollado, vuestros sentidos sí lo están. Vuestro corazón está abierto y percibís el dolor de vuestros padres, así como la energía negativa de vuestro ambiente. Y de alguna manera, llevados por el difuso recuerdo del propósito de vuestra alma, sentís el impulso de ayudarlos a sanar y a resolver sus asuntos, así como de crear armonía en sus vidas. Deseáis ayudar a vuestros padres llevándoles luz. Y como en ese momento estáis aún muy cerca de la otra dimensión, de esa de donde vosotros y vuestra alma provenís, ese impulso es muy fuerte.
Llevados a la vez de ese anhelo de cuidados y validación, y del intenso impulso de querer sanar, elevar la consciencia y dar, corréis el riesgo de quedar atrapados en el mundo que os rodea de una forma que puede llegar a ser, y así ha sido, sumamente dolorosa. Porque en esta Tierra podéis perderos tanto en el deseo de dar y de querer sanar vuestro entorno como en el deseo de obtener atención y luz del exterior. Esa temprana pérdida de vuestro auténtico yo sucede porque aún no os dais del todo cuenta de quiénes sois ni de qué manera os distinguís del mundo que os rodea. En ese deseo medio consciente de querer dar y recibir termináis confundidos acerca de vosotros mismos y de quiénes sois, porque acabáis dependiendo del mundo exterior. Empezáis a relacionar el dar con el recibir. Confiáis en que, si compartís desinteresadamente con los demás, si simpatizáis y empatizáis con ellos, y los animáis y curáis, recibiréis de vuelta la comprensión y la seguridad que tanto anheláis, así como el reconocimiento de la luz que realmente sois en un mundo que os resulta ajeno.
Antes o después, descubrís y os dais cuenta de que esta forma de abordar la vida hace que os extraviéis. Y ese descubrimiento es doloroso porque cumplir la misión de vuestra alma pasa en parte por compartir vuestra luz y transformar la energía negativa en armonía. Pese a ello, convertirse de hecho en un trabajador de la luz consciente de sí mismo requiere que abandonéis esa dinámica más o menos consciente de dar y recibir, así como el deseo de obtener luz y fuerza desde el exterior. Debéis liberaros de esa necesidad para empezar realmente a brillar desde vuestra propia esencia, desde las entrañas de vuestro propio ser. Cualquier forma de dependencia del mundo exterior acaba por alejaros de vuestra alma. Así pues, vuestro camino os lleva, primero, a aceptar vuestra soledad, a ser un «Yo» antes de poder conectar con el mundo y la gente que os rodea desde una fuerza y un amor independientes. Como adultos, tan pronto emprendéis el camino de la espiritualidad, os encontráis con el reto de afrontar los viejos miedos de vuestro niño interior, ese que ha estado buscando seguridad en el exterior, y de darle vosotros mismos lo que necesita. Tal es el gran paso que debéis dar.
Muchos trabajadores de la luz como vosotros se preguntan por qué se sienten tan a menudo solos e incomprendidos por la gente que los rodea, ya sea su familia biológica o, más tarde, los compañeros del colegio y del trabajo. «¿Por qué tengo esta sensación de ser diferente, por qué me siento ajeno?». Y yo os digo que forma parte de vuestro camino, del camino de vuestra alma, atravesar una larga etapa de soledad. La vivencia de esa soledad será lo único que os permita descubrir, como así haréis, que sois vosotros mismos quienes tenéis que prender vuestra llama, vuestra luz. Esa soledad es como un túnel que atravesáis —que debéis atravesar— para independizaros de verdad del mundo. Como dice la expresión: estar en el mundo, pero no ser del mundo. «Ser del mundo» significa que os dejáis influir por exigencias ajenas a vosotros como, por ejemplo, la necesidad de ser reconocido y aceptado o no, o la de tener éxito o no. Este «ser del mundo» os aleja de vuestra alma.
Por ello, os voy a pedir que os toméis un momento, ahora, para cuidar completamente de vosotros mismos. Imaginad que desde vuestro interior irradia esa luz de la que os hablaba antes, esa luz que tanto desea brillar libre y sin trabas por encima de vuestros miedos más arraigados y de vuestra necesidad de seguridad y protección. Aceptad esa necesidad en su totalidad, envolviéndola en el calor de vuestra alma y vuestro corazón. Sentad a vuestro niño interior en vuestro regazo o junto a vuestro corazón. Percibid sus heridas y cicatrices de dolor, pérdida y miedo, pero percibid al mismo tiempo lo grandiosa que es vuestra luz y cómo ilumina completamente al niño —cómo lo sacia.
Vuestro niño os ha esperado durante largo tiempo. Cuando lo alimentáis con vuestra luz —aquí, en la Tierra—, sanáis viejos traumas del pasado y creáis independencia. Sentid, al hacerlo, cómo os sostiene la poderosa energía de la Madre Tierra bajo vuestros pies. Quiere acogeros, sois bienvenidos en la Tierra. Dejad que la luz fluya a través de vosotros y os conecte con ella, mientras cuidáis de vuestro niño en lo más profundo de vuestro ser y le dais lo que necesita. Dejad que la luz fluya a través de vuestros pies y sentid que la Madre Tierra os da la bienvenida, aquí y ahora.
© Pamela Kribbe
Traducción de Laura Fernández
2 thoughts on “La soledad, una parte necesaria de vuestro camino”
Muy buen articulo, muy recomendable! Reciba un cordial saludo.
simplemente…exelente. GRACIAS